Uno de los grandes pecados mortales es la intensa preocupación por la opinión ajena. Aquellos cuyos pensamientos están ocupados en eso, pierden tiempo precioso. Podrían estar atentos a oír ideas e inspiraciones de lo Alto y serle útiles al Altísimo.
No se puede esperar que el sello del Espíritu Santo sea capaz de imponer Su dulce Voz en medio del torbellino de tantas otras. Cuánto más si la mente está preocupada por la opinión de los demás.
El mal trabaja así: inspira a sus súbditos lengua larga para criticar, pinchar, en fin, desalentar a los que están luchando para sobrevivir, por la fe.
Sin embargo, les corresponde a los de la fe cuidarse a sí mismos y mantener sus oídos espirituales abiertos a la dirección del Espíritu. Pues, así como guio a Su Hijo y discípulos, ¡también quiere fluir en usted y a través de usted!
Él tiene placer en eso, pero, depende de su atención.
Mientras que no haya tal consideración con Él, nada podrá hacer por los que gimen por nada.
Amigos míos, sean sabios. El Espíritu de Dios quiere guiarlos de regreso al Jardín del Edén. No pierda esa visión y no permita que sus neuronas sean quemadas con el calor de la furia de quien ya se está quemando.
¡Sean bendecidos!