“Y David iba adelantando y creciendo, y el SEÑOR de los Ejércitos estaba con él.”
(1° Crónicas 11:9)
El niño necesita disciplina para crecer. Después, tendrá que madurar para alcanzar la edad adulta y conquistar sus objetivos. Así también es en la fe. Aun siendo muy joven, David fue ungido para ser rey de Israel. Pero solo asumió el trono muchos años después. Durante ese tiempo, enfrentó desafíos para que se convirtiera en el gran rey.
David fue creciendo en poder día a día. Infantil en la fe es aquella persona que piensa que es posible ser grande de la noche a la mañana. Dios no va a hacer magia para que usted venza al día siguiente. Hay que tener perseverancia para alcanzar la madurez en el tiempo indicado.
A decir verdad, nadie nace grande. Tenemos que tener una visión grande, pero necesitamos crecer e invertir en el desarrollo de nuestra fe. Humildad, perseverancia, confianza y fe son ingredientes necesarios para sobrevivir a esa caminata. El tiempo de iglesia no define la madurez. Si su interés en ser grande es meramente egoísta, probablemente no lo será tan temprano. Sin embargo, si su interés en crecer es que la gloria de Dios sea vista en su vida, ciertamente usted será preparado para cosas mayores de lo que se pueda imaginar.
“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la Casa del SEÑOR, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que el SEÑOR mi fortaleza es recto, y que en Él no hay injusticia.” (Salmos 92:12-15)
No hay límites de edad para dar frutos cuando se está plantado dentro de la voluntad de Dios. Crecerá, florecerá e incluso en la vejez dará frutos para anunciar la justicia del Señor.
Crezca en la perseverancia, en la confianza y en la fe, para dar frutos hasta la vejez.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo