Soñar es una característica inherente a todo ser humano. Pero, la realización de un sueño solo sucede si, antes, este fue concebido a través de la fe sobrenatural.
Este tipo de fe no existe por obra de la casualidad. La fe sobrenatural solo es alcanzada por medio de la meditación en la Palabra de Dios. La Promesa elimina la ceguera espiritual y le da a la persona la visión de la grandeza de Dios y de Su voluntad. Pero la acción humana es la llave de encendido de la fe sobrenatural.
A lo largo de la historia de la humanidad, el Espíritu Santo ha protegido la autenticidad de Su Palabra para que ni una “i” o “tilde” pase sin que ella se cumpla (Mateo 5:18). Sin embargo, el registro de la Palabra de Dios en la Biblia no basta para que Ella se cumpla. Es necesario creer y asumir esa Palabra, de lo contrario, nada sucede.
Pero, es necesario discernir lo que es meramente un deseo humano de lo que es un sueño nacido del corazón de Dios. Cuando Dios nos da un sueño, también nos da la fe para realizarlo.
Al alimentar el sueño de salvar a su familia de aquella generación corrupta y pagana, Noé recibió de Dios la visión del arca y las instrucciones de cómo construirla. Pero creyó en esa promesa, aun siendo considerado loco por muchos.
Abraham soñaba tener un hijo y Dios le dio condiciones físicas para realizarlo. La situación parecía biológicamente improbable, pero Abraham creyó y lo alcanzó.
El profeta Elías tenía el sueño de desenmascarar a los profetas de Baal. Cuando se presentó la oportunidad, Dios le dio la debida fe para realizarlo.
Pablo también tuvo el sueño de anunciar el Evangelio entre los gentiles (no judíos). Dios le dio fe y coraje para hacerlo.
Pero estos y todos los demás tuvieron, de una forma o de otra, que pagar el debido precio de la conquista. No hay realización de sueños sin sacrificio.