Obispo, me llamo Elandio Arruda de Sales, tengo 49 años y vivo en una pequeña ciudad del interior de Amazonas. Siempre fui una persona muy preocupada por los principios. Fui militar, me casé, tuve hijos y siempre creí que vencería en la vida. Por ser una persona muy trabajadora y honesta, creía que eso era suficiente, pero todo ese esfuerzo no fue suficiente para llenar un vacío muy grande que existía dentro de mí.
Fue cuando comencé a buscar de alguna forma llenar ese vacío. Empecé a concurrir a algunas iglesias y parecía que a cada día ese vacío era mayor.
Un día, en una de esas iglesias, una profetiza me dijo que yo iba a tener que abandonar mi carrera militar para ser feliz. Decía que Dios le había dicho a ella que yo estaba en el lugar incorrecto y que la única manera de ser feliz iba a ser abandonando mi carrera militar y que Dios me iba a mostrar lo mejor para mí. Por desear mucho ser feliz y creer que ella era una persona usada por Dios, dejé mi carrera militar.
Fue cuando las cosas comenzaron a complicarse más.
Peleaba mucho con mi esposa, un nerviosismo fuera de lo normal, no lograba entender qué era lo que me estaba sucediendo. Muy triste, totalmente desorientado, con el pensamiento de quitarme la propia vida, cosas horribles… Y yo, fiel en la iglesia.
Cuando cuestionaba sobre la situación actual, la profetiza decía que era Dios preparándome para la bendición. Después de algunos meses en esa situación, no aguanté más, pues mi casa se había transformado en un verdadero infierno. Fue cuando me aparté de la iglesia y comencé a tomar, a prostituirme y, buscando llenar ese vacío, esa tristeza que parecía no tener fin, empecé a tomar todos los días, mucha prostitución…
Hasta que terminé con mi matrimonio. Conocí a otra mujer, que hoy es mi actual esposa, me fui de mi casa y me hundí en los vicios. Fue cuando conocí la cocaína. Entonces sí, mi vida se volvió un infierno. No dormía, pasaba noches aspirando mucha droga, sin paz, el verdadero infierno. Estaba muy nervioso, había peleas dentro de casa y gastaba todo nuestro dinero, pues mi esposa comenzó a aspirar conmigo.
Obispo, usted no tiene idea del infierno que vivíamos. Después de que pasaba la “onda” me ponía muy triste, arrasado. Yo, que había sido un hombre respetado en mi ciudad por haber sido un militar, comencé a ser despreciado. Las personas me miraban y parecían no creer en lo que estaban viendo. Perdí el respeto, la dignidad, era mucha humillación. A veces me daba vergüenza salir de casa, pero no tenía fuerzas para dejar esos vicios.
Fue en una de esas madrugadas, después de consumir mucha droga, que prendí la TV y vi, por primera vez, a alguien diciendo con tanta firmeza que el vicio tiene cura. En ese momento me detuve y empecé a prestar atención en lo que usted decía, pero dentro de mí algo comenzó a decirme que usted no sabía cuál era mi situación, que para mí no existía salida. Pero, como si usted estuviese oyendo eso, al instante dijo: “Si piensa que para usted no hay solución, ¡vea cuántas personas fueron curadas!” Eso me conmovió.
No les dije nada a las personas que estaban conmigo, pero al día siguiente, incluso haciendo todo de nuevo, prendí la TV nuevamente y fui a ver el programa. Estuve viéndolo más de un mes diciendo que el . Fue cuando dije: “Voy a ir a ese tratamiento”. Todos los días decía “Voy a ese tratamiento”. Incluso con todas las dificultades que estaba pasando, eso no salía de mi mente.
Un día estaba en el área externa de casa cuando oí de lejos un auto pasando anunciando que este tratamiento había llegado aquí. Agarré la moto y salí detrás del auto para oír mejor y saber dónde era el tratamiento. El auto paró en una calle de mi barrio y se bajaron algunas personas que repartían unas invitaciones para el tratamiento. Agarré la invitación; era como si Dios hubiese ido a ese barrio para buscarme. Ahora ya tenía la dirección de la iglesia y sabía que el era el domingo a las 15 horas. No fui ese domingo, pues llegaron algunos amigos y comenzamos a aspirar el viernes y solo paramos la madrugada del lunes, pero llamé a mi esposa y le dije: “Vamos el domingo a esa iglesia a hacer ese tratamiento”.
Obispo, todo lo que usted piense de malo fue lo que sucedió esa semana. La dificultad para llegar allí fue enorme, pero llegamos. Llegué a la iglesia, y el pastor estaba preguntando: “¿Quién está aquí ahora con ganas de consumir algún tipo de bebida, cigarrillo o drogas?” Dijo que nos iba a mostrar qué era lo que causaba los vicios. Ya había algunas personas adelante. Agarré a mi esposa y fui también. El pastor me preguntó cuál era mi vicio y me dijo que si no salía de allí curado se iba a comer la Biblia.
Cuando el pastor puso la mano en mi cabeza, no vi nada más. Cuando volví en mí, estaba tan liviano que tenía dificultad incluso de caminar. Sucedió como usted dice: al instante no tuve más ganas de consumir nada más. Él hizo una oración por mi esposa, y ella se puso bien también. Después de la reunión estuvimos en la fila para conversar con el pastor, que nos orientó a que hiciéramos el tratamiento. Hice todo correctamente, siempre siguiendo las orientaciones.
Él siempre dice una palabra que quedó dentro de mí: que nosotros teníamos que luchar con todas las fuerzas para tener el Espíritu Santo; que ser libres de los vicios es muy bueno, pero que la verdadera felicidad solo Jesús nos la podía dar a través del bautismo con el Espíritu Santo. Él dijo que el domingo siguiente iba a comenzar el Ayuno de Daniel y que era la mayor oportunidad para recibir el Espíritu Santo.
Ese domingo, mi esposa y yo nos bautizamos en las aguas y salimos completamente mojados, pero le dije a mi esposa: “¡Nosotros vamos a tener el Espíritu Santo!” Hicimos todo correctamente, y hoy hace 3 meses y medio que estoy en el tratamiento. Y el domingo 11, en el momento en el que el pastor puso a los obispos orando para que recibamos el Espíritu Santo, yo recibí el Espíritu Santo. Es algo maravilloso, no existen palabras capaces de expresar lo que es el Espíritu Santo en nosotros. Quería abrazar a mi esposa para que ella sintiera lo que yo estaba sintiendo.
El obispo terminó la oración, y seguí llorando, no de tristeza, sino de una alegría tan grande por saber cuánto Dios me ama, y que, aun siendo una persona tan mala, Él ahora estaba dentro de mí. Obispo, nadie tiene idea de lo que es el Espíritu Santo dentro de nosotros. Lo único que quiero ahora es hablarles del amor de Dios a las personas que están sufriendo.
Obispo, muchas gracias por haber mirado hacia nosotros, pues usted sabe que somos tratados como la basura del mundo, abandonados por todo y por todos, incluso nuestros familiares nos desprecian, pero usted nos extendió la mano para sacarnos de ese infierno en el que vivíamos. ¡Estamos muy felices!
Ahora estoy llamando a mis amigos y mostrándoles que existe una salida para su situación, ¡yo soy prueba de eso! Quiero decirle que todavía voy a ir a San Pablo para agradecerle personalmente, pues hoy tengo la certeza de que mi futuro será de victorias. Quiero ser obrero, ya se lo dije al pastor.
Obispo Rogério, que Dios continúe dándoles fuerzas a usted y al obispo Macedo para ayudar a aquellos en quienes nadie cree, pero existe una salida para sus problemas. ¿Cuántas noches, después de mucha droga, pensé en quitarme la vida porque pensaba que para mí no existía una salida? Y hoy estoy aquí muy feliz.
¡Muchas gracias!
Elandio Arruda de Sales