Jonás era de Gath-hepher, una ciudad localizada en el territorio de la tribu de Zabulón. Él fue profeta sobre el Reino del Norte (Israel) y vivió en la misma época que los profetas Joel, Oseas y Amós.
Este profeta ya era conocido en Israel, porque, por medio de él, Dios bendijo el reinado de Jeroboam (2 Reyes 14:23-29). Pero, cierta vez, el Señor le ordenó que alertara a la ciudad de Nínive con respecto a los pecados que ella cometía. Nínive era la capital de Asiria, una gran enemiga de Israel. El pueblo de este lugar era tan malo y perverso que Jonás, en aquel mismo momento, se rebeló contra Dios. El profeta quería que aquel pueblo fuera destruido y no perdonado.
Para intentar huir de esta situación, Jonás se embarcó y se lanzó mar adentro en dirección a otra ciudad, llamada Társis (Jonás 1:1-3). Muchas personas, así como Jonás, intentan huir de la presencia de Dios e insisten en no hacer lo que Él orienta. Hasta intentan ignorarlo colocando en sus cabezas que Él no existe. Esto es muy común en los jóvenes que, por ejemplo, quedan envueltos en fiestas, drogas, entre otras atracciones de este mundo equivocado e ignoran la Salvación Eterna, ofrecida por el Señor Jesús. Puede parecer que las consecuencias de los pecados no vendrán, pero, verdaderamente, algún día llegarán. Y esta alerta sirve incluso para aquellos que participan de los encuentros en la Iglesia, pero no colocan en práctica las enseñanzas de Dios. Jonás estaba en esta misma situación: él conocía la Palabra, pero no quería hacer lo que Dios le había orientado.
El barco en el que Jonás estaba atravesó una fuerte tempestad, que solo terminó cuando el profeta fue echado al mar. Allí, fue tragado por un gran pez (Jonás 1:17). Luego de tres días y tres noches preso en el vientre del animal, Jonás se arrepintió de haberse rebelado contra Dios. Entonces, el pez lo soltó en una playa y Jonás viajó hacia Nínive para reprenderla como el Señor había ordenado.
Jonás no estaba de acuerdo con la idea de que el Altísimo podría concederle el perdón a un pueblo tan malo. Sin embargo, el deseo del Señor de librar a aquellas personas de la muerte eterna, muestra el amor del creador por todos nosotros. Aún en los días de hoy, el Señor Jesús, por medio de Su misericordia, continúa buscando y aceptando a los que se encuentran perdidos en medio de los pecados y horrores de este mundo (Tito 2:11). Y esa Salvación les es ofrecida a todos los que lo deseen, basta que tengan un arrepentimiento sincero.
Con este aviso, dado por el profeta, la ciudad se arrepintió de los pecados que cometía contra Dios. Las personas hicieron un ayuno y se vistieron de cilicio. Hasta el rey de Nínive ordenó que las personas abandonaran su mal comportamiento. Y, de esa forma, ellos fueron preservados, en aquel momento, de la destrucción.
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