Ya al comienzo del capítulo, Jesús vuelve nuevamente a Betania, ciudad donde los eventos del capítulo anterior sucedieron. Al final del once, después de resucitar a Lázaro y de generar otra conmoción en la ciudad, Él Se retiró hacia Efraím, región central y montañosa de Israel, de difícil acceso, aproximadamente a 40 kilómetros al norte de Jerusalén. Estuvo allá durante un tiempo con Sus discípulos, visto que los líderes judíos a esa altura ya estaban planeando Su muerte y andaban buscándolo.
Lo que observé fue que esa actitud de Jesús era un patrón. Él venía y causaba algún alboroto (aunque fuese sin querer); cuando las cosas se complicaban y los judíos intentaban apresarlo o matarlo, Él Se retiraba hacia algún lugar distante y dejaba que las cosas se enfriaran durante un tiempo. Claro, mientras tanto seguía trabajando. Después, volvía nuevamente. Aun en este capítulo, Lo vemos haciendo esto (v. 36).
Es importante a veces que “nos retiremos” del medio de la agitación para que recobremos nuestras fuerzas, ajustemos nuestro foco, proyectemos nuestro próximo paso. Podríamos llamar a este patrón: “cortar leña, quemar leña”. Hay un momento de afilar el machete y cortar la leña. Y hay un momento de hacer una hoguera. Después de que el fuego baje, necesitamos cortar más leña… Y así, tanto el cortar leña como el quemar leña nos mantiene en acción. Es el ejercicio de la inteligencia y de la fe, de la prudencia y de la acción.
En su vida ahora, ¿es momento de cortar leña o de encender el fuego?
Otro evento digno de ser comentado fue la reacción de Judas ante la actitud de María de “desperdiciar” ese carísimo perfume a los pies de Jesús. Trescientas monedas de plata equivalían a trescientos días de labor de un trabajador común. En el valor del actual salario mínimo en Latinoamérica, eso serían US$ 3.700.
Note que Judas, más tarde, vendió al Señor Jesús por solo el diez por ciento de ese valor, o treinta monedas de plata. Ese era el valor de Jesús para él. No es de sorprender que haya quedado horrorizado con la ofrenda de María.
El tema del dinero y de las ofrendas siempre será un divisor de personas y opiniones. Sucede porque existen pocas cosas que movilicen más al ser humano que el dinero.
Para unos, los diezmos y las ofrendas son un absurdo, un robo, una explotación, un desperdicio. Para otros, son dignas expresiones de fe, de gratitud y amor por las bendiciones impagables de Dios.
Las personas del tipo Judas están siempre pensando en qué podrían hacer con X cantidad de dinero para sí. Las personas del tipo María están siempre pensando en qué más podrían darle a Jesús, que represente su entrega personal.
Así como el dinero fue el lazo y el fin de Judas, también lo ha sido para mucha gente.
Por otro lado, para otros, el desprenderse de las cosas materiales ha sido el comienzo de una nueva vida.
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