Continuando el discurso del capítulo anterior, Jesús consuela a Sus discípulos y los prepara para Su partida. En cuestión de menos de 24 horas Lo apresarían, sería juzgado por un tribunal ilegal, sería severamente castigado y crucificado como un delincuente. Tamaña brutalidad causaría un fuerte impacto en los discípulos, además del gran temor por sus propias vidas. Por eso, la idea principal del Señor aquí es fortalecerlos para lo que está por venir.
Él comienza diciendo que iría hacia el Padre, y que ahora los discípulos no iban a poder acompañarlo más. Él iba a preparar una casa para ellos y pronto volvería a buscarlos. Ese lenguaje puede parecer extraño y sin sentido para nosotros, pero no para los discípulos. Eso es porque Jesús se estaba refiriendo a la costumbre practicada por el novio antes de casarse con la novia, en los moldes del casamiento judío.
Durante el período de compromiso, el hombre preparaba una habitación para la luna de miel. Esa habitación acostumbraba preparase en la casa del padre del novio. La cámara nupcial, como la llamaban, tenía que ser un hermoso lugar para llevar a la novia. La novia y el novio pasarían siete días allí. La habitación tenía que ser construida de acuerdo a las especificaciones dadas por el padre del novio. El muchacho solo podría encontrarse con la novia cuando su padre se lo permitiese. Si alguien le preguntaba al novio cuándo iba a ser el casamiento, él debía decir: “No me corresponde a mí saber, solo mi padre lo sabe”.
Así como el novio le decía a su novia que iba a preparar un lugar para ella, Jesús les dijo a Sus discípulos: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si Me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis.” (Juan 14:2-3)
¡Qué consuelo, qué alegría saber que en este exacto momento nuestro Señor Jesús nos está preparando un lugar para que estemos con Él! Por eso, el cristiano debe vivir cada día como una novia que aguarda el gran día de su casamiento. Fidelidad, obediencia, disposición – pues solo el Padre sabe el día y la hora.
Otro punto significativo de este capítulo es el énfasis que Jesús pone en la unidad y la igualdad que existe entre Él y el Padre, el Padre y Él, y también Él y los que practican Sus palabras. “El Padre está en Mí, Yo estoy en el Padre, y Nosotros dos estamos en ti que haces lo que Nosotros mandamos. Y como prueba de eso, Yo Le pedí al Padre que te diese el Espíritu Santo para quedar contigo para siempre”.
Es realmente como un casamiento: los dos se convierten en una sola carne. Si usted acepta casarse con Dios, Él vivirá junto y mezclado con usted, y usted con Él, comenzando aquí y ahora a través del Espíritu Santo en usted, y después por toda la eternidad.
Esta es la vida por la fe: juntarse totalmente a Dios de forma que ya no haya diferencia entre nosotros. Quien nos ve, Lo ve a Dios.
Quien lo ha visto a usted, ¿ha visto a Dios?
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