En un mundo lleno de injusticias y corrupción, vivir una vida recta y justa exige sacrificio. Este camino se vuelve aún más difícil cuando el corazón cede a la comparación. A menudo parece que los que actúan con malicia o astucia obtienen ventaja, mientras que los que deciden hacer lo correcto terminan quedándose atrás. Esta ilusión ha engañado a muchas personas, que comienzan a centrarse solo en los resultados inmediatos y olvidan lo que están sembrando para el futuro.
La Palabra de Dios es clara:
«… todo lo que el hombre siembre, eso también segará», Gálatas 6:7.
La injusticia es fruto del pecado, mientras que la justicia es la expresión del carácter de Dios. Por lo tanto, cuando una persona se arrepiente de su error, lo abandona y entrega su vida al Señor Jesús, comienza a vivir en novedad de vida y, ante Él, es considerada justa. Esta transformación no depende de lo que hagan los demás, sino de la decisión personal de vivir conforme a la voluntad Divina.
Los que viven de manera justa resisten el pecado y buscan agradar a Dios en todo, priorizándolo. Contrario a lo que muchos imaginan, esta actitud no genera facilidades, al contrario, los desafíos en este mundo pueden aumentar, pero hay paz incluso en medio de las dificultades, porque la estructura del justo es la Palabra de Dios y no un sentimiento. Aunque el mundo se burla de los que viven en obediencia y temor, Dios ve a los que Lo sirven y los honra.
Hambre y sed de justicia
El Señor Jesús llama bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia (Mateo 5:6). Es decir, a los que consideran la justicia una verdadera necesidad. Esta hambre se manifiesta en la obediencia a la voz de Dios, sin importar lo que se requiera. Los que tienen esta sed no deciden obedecer solo cuando les apetece o les conviene, sino que hacen lo que hay que hacer, incluso si eso implica renunciar a planes personales o agradar a los demás.
Sufrir injusticias es inevitable, pero la reacción de una persona ante ellas mostrará cuál es su verdadera condición. Hay innumerables versículos en los que Dios tranquiliza al justo en que nada queda impune ante Sus ojos y que la justicia es obra Suya, ya que Él es el Justo Juez. Sin embargo, cuando actuamos con nuestras propias fuerzas, es como si quisiéramos ocupar el lugar de Dios y afirmar que podemos hacerlo mejor que Él.
Nadie ama la justicia más que el propio Dios, ni nadie odia la injusticia tanto como Él. Su deseo de hacerles justicia a los que sufren injusticias es tan grande, que el Señor Jesús habló de satisfacer, de saciar plenamente a los que la buscan. Sin embargo, la justicia Divina no proviene de nuestros propios méritos; se manifiesta por la fe en la Palabra de Dios. Las personas que viven lamentándose en los rincones por las injusticias sufridas no tendrán la alegría de que se respeten sus derechos. Sin embargo, los que se acercan al Trono de Dios tendrán el placer de deleitarse con la justicia perfecta que viene de lo Alto.
Así, entendemos que la justicia es diferente del sentimiento de venganza. Este último proviene del corazón y está lleno de odio y resentimiento. Y no te engañes: Todos corremos el riesgo de alimentar este sentimiento, incluso los que ya han tenido una experiencia con Dios, porque el corazón es engañoso. Cuando asumimos el papel de jueces impulsados por un mal sentimiento, como el resentimiento, dejamos de lado la fe y damos paso al orgullo y la ceguera espiritual. Por otro lado, el que desea justicia para la gloria de Dios renuncia a sus propios derechos para confiar en Su acción.
El justo persevera y ve la respuesta
Las facilidades y la velocidad del mundo moderno a menudo nos hacen olvidar que no todo sucede con un solo clic. Lo que realmente vale la pena en la vida requiere inversión de tiempo, esfuerzo y dedicación. La Palabra de Dios nos enseña que el justo vivirá por la fe (Hebreos 10:38). Es decir, el que vive según la voluntad de Dios encontrará en la fe la fuerza necesaria para seguir adelante hasta alcanzar la promesa del Creador para su vida, incluso si sus ojos muestran una realidad diferente en ese momento.
Es importante destacar que vivimos en un mundo donde las personas alimentan muchas creencias y depositan su fe en muchas cosas, desde los juegos de azar hasta los hechizos. Pero este no es el tipo de fe que nos sostiene en medio de las dificultades ni que produce buenos frutos. La fe genuina que produce resultados es la que se basa en la Palabra de Dios, la que cree en Su carácter y confía en que Su voluntad es la mejor, aunque sea contraria a la nuestra.
En el jardín de Getsemaní, minutos antes de ser arrestado, el Señor Jesús oró a Dios para que, de ser posible, se evitara el sufrimiento venidero. Pero Dios no Lo libró porque Su plan era mucho más grande. Mediante la sangre derramada en la cruz, fue posible ofrecer la Salvación a todos los que creyeron. Jesús no tenía pecados y, sin embargo, fue considerado culpable. Sin embargo, tras la injusticia que sufrió para que Su sacrificio sea perfecto, Él fue glorificado.
El galardón de la confianza es la Salvación, es decir, la grande e inconmensurable recompensa de los que perseveran en la fe hasta el fin. Para eso, el justo no puede ceder a las tentaciones, el desánimo ni el enfriamiento espiritual. Por lo tanto, vale la pena esforzarse al máximo para mantener la misma confianza inicial que nos llevó a asumir la fe en el Señor Jesús. Permanecer fieles, con la mirada fija en Sus promesas eternas, garantiza la persistencia, la firmeza y unos buenos ojos hasta el fin.