Una persona pronuncia, en promedio, 16 mil palabras por día, según un artículo publicado en la revista científica Science. La investigación también confirma que hablar es una de las principales acciones diarias del ser humano. Las palabras tienen el poder de derrumbar o levantar a la persona que las dice o a las que están a su alrededor.
El obispo Edir Macedo explica: «Hay espíritu en cada palabra, tanto para el bien como para el mal, depende de qué y de quién se habla. Depende también de quien la oye y la recibe. Hay poder en sus palabras y tal vez usted no se dé cuenta de eso».
«La fe se materializa en las palabras confesadas. Si hay confesión de derrota, entonces el fracaso será inevitable; pero, si hay confesión de victoria, entonces aguarde, porque tarde o temprano sucederá», aclaró el obispo.
Los riesgos de la negligencia
La Palabra de Dios nos alerta sobre la importancia de pesar lo que decimos: «Ninguna palabra torpe salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación, para que dé gracia a los oyentes» (Efesios 4:29). Según el diccionario, la palabra «torpe» significa: aquello que no respeta las reglas sociales, la decencia, las buenas costumbres y todo lo que es repugnante. La orientación del Espíritu de Dios a quienes quieren vivir correctamente es que no dejen salir ni siquiera una palabra corrompida, sucia e inmoral de su boca.
El cuidado con las palabras es esencial para la buena comunicación. Dios colocó este poder dentro de Su principal criatura y es eso lo que diferencia al ser humano de los demás animales.
Al usar ese poder con negligencia, muchos maldicen sus propias vidas. Uno comete suicidio verbal cuando dice: «Mi vida es una basura», «No sé por qué estoy en este mundo», «Todo me sale mal». Quien habla así no tiene noción de cuánto está trabando su progreso.
Palabras para atacar
Además, las palabras mal dichas tienen un gran potencial para destruir la relación amorosa. Decir todo lo que se piensa, sin filtrar, transforma a las palabras en flechas. ¿Cuántos matrimonios llegaron a su fin a causa de una palabra? Cuando el cónyuge le dice al otro: «Yo nunca te amé» o «No sé por qué me casé contigo», lo hiere de manera mortal.
Lo mismo ocurre entre padres e hijos. Un ejemplo es cuando la madre o el padre intenta alertarle a su hijo en cuanto a sus elecciones y afirma: «No tienes solución» o «No serás nadie así». Inevitablemente, esas palabras interfieren de forma negativa en el receptor.
Están incluso los que se consideran sinceros y hablan sin medir las consecuencias. Esa no es una actitud sabia, ya que ese individuo aleja a las personas. Después de todo, ¿quién quiere ser criticado todo el tiempo? Ser sincero es también saber comunicarse de forma adecuada para que el resultado sea ayudar y no destruir. Si usted es precipitado al hablar, se vuelve más necio que el propio necio. Proverbios 29:11 dice: «El necio da rienda suelta a sus impulsos, pero el sabio acaba por refrenarlos». Eso quiere decir que quien revela todos sus impulsos es como un vehículo sin control.
Esto también se aplica a los negocios. Hablar de más puede traer perjuicios, atraer una atención innecesaria y perjudicar la oportunidad de que un trabajo se desarrolle.
Cuidado con el oír
Tal vez usted sea una persona cuidadosa con lo que dice, pero tiene dificultades para filtrar lo que escucha. Lamentablemente, no tenemos forma de impedir que las personas nos agredan con palabras, pero tenemos la elección de aceptarlas como verdaderas o rechazarlas. Lo que más existe en el mundo son personas que esparcen necedades. Vigile lo que usted escucha y lo que se dice a sí mismo y a los demás. Con una palabra usted salva una vida y con otra, la destruye.