En el Altar, usted entrega todo lo que tiene – que no es todo lo que le gustaría tener – para recibir todo lo que aún no tiene – pero que es todo lo que quiere tener. Siendo así, el sacrificio que usted ofrece en el Altar representa la vida que usted no quiere más. Usted se niega a continuar viviéndola, por eso, se la entrega a Dios.
Los ejemplos de fe muestran cómo sucede eso.
TODO lo que Abraham tenía era un hijo, pero él quería ser padre de un pueblo numeroso. Por eso, entregó a su hijo (que representaba la vida que él no quería más: ser padre de una sola persona) para ser padre de una gran nación (la vida que quería tener).
TODO lo que Gedeón tenía era un toro, pero él quería experimentar las maravillas de Dios. Por eso, entregó el toro (que representaba la vida que no quería tener más: tener solo un toro como sustento) para recibir maravillosa plenitud y paz (la vida que quería tener).
TODO lo que la viuda tenía eran dos monedas, pero ella quería la vida abundante. Por eso, entregó las dos monedas (que representaban la vida que ella no quería más: tener solo dos monedas) para recibir la abundancia (la vida que quería tener).
Es por eso que solamente los indignados sacrifican y se entregan, ellos son los únicos que rechazan la vida que están viviendo. Así como Abraham, Gedeón y la viuda pobre, no se conforman con lo que consuela, sino que persiguen lo que impresiona.
Por su parte quien no sacrifica ni se entrega, en el fondo, desea continuar viviendo la misma vida. No le importa pasar el resto de sus días con las mismas limitaciones, los mismos problemas, las mismas situaciones, las mismas condiciones… Es cuestión de lógica: si el sacrificio representa la vida que usted no quiere más, si usted no sacrifica, está diciendo que está satisfecho con la vida que tiene. Y, si usted está satisfecho con su vida, ¿cómo y por qué ella cambiaría?
Para los indignados: ¿qué es todo lo que tiene hoy, pero que a usted no le gustaría que fuese su todo? Sacrifíquelo en el Altar.