Atascadas en sus injusticias, muchas personas se miran a sí mismas y sienten disgusto por lo que se han convertido o por lo que están viviendo. La solución es recurrir a una limpieza, pero no se hace con agua y jabón.
En la edición pasada, discutimos cómo la blasfemia nos aleja de Dios y perjudica a quienes la practican. Hoy, vas a descubrir en la práctica cómo transformar esta realidad y santificar tu vida.
La Pureza y el Poder de la Santificación
Nadie puede extraer algo puro de la inmundicia, porque la suciedad nunca genera nada bueno. Si un ambiente sucio causa enfermedades y hace la vida insoportable, imaginate las consecuencias de vivir espiritualmente contaminado.
Cuando pensamos en suciedad, recordamos lo que puede eliminarse con agua y jabón. Sin embargo, hay una impureza aún más peligrosa: el pecado. Este va más allá de la suciedad física y trae consecuencias devastadoras. El pecado es todo lo que es injusto, perjudicando tanto a quien lo practica como a quienes lo rodean. Al principio, puede parecer inofensivo o incluso placentero, pero siempre deja marcas destructivas.
Además, el pecado nos aleja de Dios, el Único Puro y Santo, y nos hace sentir el peso del vacío, la insatisfacción y la falta de propósito.
La Única Salida: Santificación
Muchos asocian la santificación con un aislamiento de “gente santurrona”, pero no se trata de una religiosidad exagerada. Es separación. Así como evitamos lo que contamina el cuerpo, al santificarnos nos alejamos de la injusticia.
La Biblia es clara:
“Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación…” (1 Tesalonicenses 4:3).
Es decir, en la santificación encontramos todo lo que es bueno. Si el pecado nos contamina y nos separa de Dios, la santificación nos purifica, nos acerca a Él y nos garantiza una vida verdaderamente bendecida, como advierte la Palabra:
“Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. (Hebreos 12:14)
ya sea en esta vida, disfrutando de paz y realización, o en la eternidad.
Comenzando la Limpieza: El Poder de la Decisión
Santificarse empieza con una decisión: comprometerse con lo que es justo basándose en la Palabra de Dios y no en opiniones. Este desafío es aún mayor en estos tiempos, en los que los valores bíblicos son constantemente contrariados: en los que la mentira es alabada, la verdad ofende, las relaciones son desechables, las promesas son vacías y Dios es motivo de burla.
Quien elige santificarse camina en contra del mundo y recorre un camino de renuncia que trae una recompensa superior: intimidad con Dios, paz genuina e impacto positivo en la vida de los demás, lo que culmina en la recompensa eterna.
En la próxima edición, descubrí cuál es el comportamiento aparentemente inofensivo que no santifica a Dios y retrasa la vida de muchas personas.