Imagínese a la esposa amada siendo violentamente abusada por varios hombres durante una noche hasta que raye el sol y, peor, morir.
¿Cuál sería la reacción de cualquier marido cuidadoso?
¿Y si ese marido fuese temeroso de Dios, religioso y pacífico?
¿Será esa la voluntad Divina? ¿El destino? ¿El karma? ¿La Cruz? ¿Una Prueba?
No creo en nada de eso.
Es obvio que el Señor lo permitió. Pero, ¿por qué?
No sé.
Solo sé una cosa: cualquiera que sea la situación desastrosa con la cual podamos encontrarnos, el poder de la fe nos da condiciones para superarla.
Además de eso, la fe de Dios no permite pasividad delante de tal agresión.
Debe haber una reacción natural.
El día en el que los hombres de la ciudad de Gabaa tomaron a la mujer de un hombre levita y abusaron de ella hasta la muerte, el levita no consideró más su religiosidad y mucho menos su pacifismo.
Inmediatamente la llevó a su casa, tomó un cuchillo y la cortó en doce partes y se las envió a las doce tribus de Israel.
El profundo dolor de la pérdida, sumado a la vergüenza de la humillación, sirvió como fusible para que estallara su fe indignada, la fe que funciona.
Todos los que veían aquellos pedazos de cuerpo humano decían:
– ¡Nunca vimos una cosa así! ¡Nunca hubo una cosa igual a esta, desde la época en la que los israelitas salieron de Egipto! ¡Piensen!
¿Qué vamos a hacer ahora? Jueces 19:30
Entonces se unieron como si fuesen un solo hombre y le declararon la guerra a sus hermanos, los hijos de Benjamín.
La humillación siempre provoca una reacción, negativa o positiva.
La negativa se limita a un simple rubor de vergüenza en la cara.
En ese caso, la fe es cuestión de rutina religiosa. Asuma que la vergüenza no es nada más que eso.
La reacción positiva es la actitud de indignación contra tal situación.
La fe hierve y la persona arremete hacia una actitud de indignación.
Del 10 al 17 de marzo, participe de la Semana de la Indignación por la respuesta de Dios en todas las iglesias Universal del Reino de Dios y presente ante El su queja.