Cuando una mujer no se valora a sí misma tampoco logra que los demás la respeten y termina siendo víctima de sí misma. Uno de los factores que puede desencadenar ese comportamiento es un abuso sexual.
Jésica Espíndola es un claro ejemplo de las marcas que deja un abuso y sus consecuencias. “A los tres años sufrí un abuso sexual, eso me provocó mucho miedo, ya no dormía porque tenía miedo a la oscuridad, tenía pánico de que me pasara lo mismo. Si bien no me había dado cuenta de lo que me había sucedido, cuando a los 9 años me pasó de nuevo me di cuenta de que de chica habían abusado de mí. Con el tiempo empecé a pensar que era yo la que provocaba esas cosas, porque me sucedía en el trabajo y mi propio padre me decía que tenía una suerte de marca en la frente que decía que yo era una chica fácil”, recuerda Jésica, que empezó a odiar a su mamá porque no hacía nada para defenderla. “Cuando yo veía en la calle a la persona que había abusado de mí, me orinaba encima del miedo que sentía”, confiesa.
Esa situación provocó que quisiera huir de su casa y, cuando quedó embarazada pudo hacerlo: “A los 17 años logré lo que quería, que era irme de mi casa. Me fue mal con el padre de mi hija, quedé en la miseria, tuve que salir a juntar cartones para poder comer y la solución que se me presentó fue la prostitución. Pensé, que ya que todos abusaban de mí, al menos de esa forma podía darle de comer a mi hija, creía que había nacido para eso, no tenía nada más que perder”, reconoce Jésica.
“En el mundo de la prostitución pasé por muchas cosas, vi violencia y sufrí humillaciones. Tenía que sonreír todo el tiempo, pero estaba muerta por dentro. Como corría droga por todos lados, empecé a consumir, era la única forma de soportar 12 horas de trabajo. A veces no quería ir a trabajar, pero quería drogarme y terminaba yendo para poder consumir”, revela.
Tiempo después, buscando la felicidad que no llegaba, Jésica encontró a quien hoy es su marido: “Nos conocíamos desde chicos, nos reencontramos y al poco tiempo empezamos a salir. Charlando, nos dimos cuenta que los dos éramos adictos a la cocaína. Los viernes y sábados nos quedábamos solos, porque mis hijos se iban con sus padres, y aprovechábamos para consumir. Llegamos a gastar 1.000 pesos por fin de semana en cocaína. A veces consumía demasiado y sentía que me moría, ahí juraba que no iba a tomar más, pero después volvía a caer”.
Las peleas surgieron en la pareja y fue el punto final para Jésica. “No daba más. Ahí decidí buscar a Dios. Le dije que tenía que elegir, o me acompañaba a la iglesia o yo seguía sola. Me apoyó, luchó por él y también por mí, porque yo al principio no lo quería más, pero perseveró hasta que yo me di cuenta de que tenía que cambiar. Gracias a Dios hoy estoy libre, superé todo mi pasado, aprendí a amarme y ahí recién logré amar a mi marido, empecé a valorar todo lo que él hacía por mí. Pude dejar las drogas y la prostitución definitivamente, había sido un títere de los vicios durante 17 años. Fumé y tomé alcohol desde que tenía 13 años y me drogué desde los 20 años, hasta los 30. También perdoné a todos los que me habían hecho mal.
La relación con mi marido es hermosa, somos felices con nuestros hijos, nos amamos, y doy gracias a Dios por todo lo que hizo por mí”, dice y aconseja: “La clave está en que cada uno haga su parte. Yo quería cambiar y solamente lo logré cuando hice lo que me correspondió a mí. De esa forma Dios también pudo hacer Su parte”.
Participe usted también de la reunión de la Cura de los Vicios y compruebe en su vida o en la de un ser querido que existe una salida para este mal. Lo esperamos este domingo a las 15 h en Av. Corrientes 4070, Almagro.
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