Él estaba pensativo en la mesa de una cafetería, frente a una taza – cuyo contenido se estaba enfriado – y un periódico que ni siquiera leía. Miraba el movimiento en la calle, recapitulando decisiones que había tomado a lo largo de la vida.
Una vez, un amigo dijo que sufría por decidir siempre con la razón, dejando el corazón de lado. Era otra época, con otros objetivos, otra realidad. Después, optó por el corazón… También fue difícil.
En especial, ese año, estaba repleto de decisiones no muy fáciles. Solo debían ser tomadas. Él incluso intentó no pensar en algunas cosas y se sumergió profundamente en realizarlas. De esa forma, aprendió que todo tiene consecuencias. Todo. Consecuencias buenas o malas, según los actos.
El periódico todavía en la mano, el café ya frío en la mesa, movimiento de autos y de personas en las calles son indiferentes a la audiencia de un solo hombre, concluyó que quien piensa en basar la vida solo en el amor, solo o acompañado, se equivoca.
Existen una serie de complementos necesarios para que el amor se mantenga de pie. Él solo no es suficiente. Puede desmoronarse si se pone todo el peso, únicamente, sobre él. Por un tiempo, pareció que era lo principal, pero estaba lejos de eso, y de serlo todo.
Lo aprendió con mucho dolor algunos años antes. Mucho. ¿Fue suficiente para evitar dolores mayores después? Tal vez. Pero, como había pensado antes, todo tiene su precio. Ese precio, al pensar de esa forma, irreductiblemente, era la soledad.
Más tarde, pudo aprenderlo.
Un predicador decía por el micrófono, frente a una multitud en un templo muy iluminado, que el amor era algo muy bueno. Sin embargo, sin lo principal, no servía de nada encontrar a una persona formidable.
Lo principal era Dios.
Pero tampoco era tan simple.
De nada servía pensar que estaba con Dios sin tenerlo, realmente, como prioridad en la vida.
Establecida la prioridad, en una relación seria y verdadera con Él, emociones a un lado, en su debido lugar, entonces sí, una vida con sentido comenzó a aparecer frente a sus ojos.
En poco tiempo, las tazas sobre la misma mesa de la misma cafetería eran dos.
Pero había más que hacer que, simplemente, mirar la calle.
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