¿Ya se detuvo a pensar que, si todas las personas se respetaran unas a otras, la mayoría de los problemas del mundo no existirían? Y eso no es algo ridículamente sentimental ni tampoco una utopía.
Piense bien: si hubiera respeto por el prójimo, nadie robaría, mataría, desobedecería a padre y madre, traicionaría al cónyuge, mentiría, sería corrupto o corruptor, tendría envidia para codiciar lo que no le pertenece, etc. Si respetaran a Dios, muchas personas no blasfemarían. Si se respetaran a sí mismas, no se desgastarían con estreses innecesarios que perjudican la salud y la vida en general.
¿Esto le parece familiar? Así es, hace milenios esas reglas fueron divulgadas en los tan conocidos Diez Mandamientos revelados por Dios a Moisés en lo alto del Monte Sinaí. Ellos son la base de la justicia de varios países del mundo, defendida por sus juristas y sus constituciones, que se basan en un principio básico: el respeto.
Si desde aquella época esos mandamientos fueran obedecidos, el mundo no vería muchas de las catástrofes – principalmente las sociales – y tragedias que manchan los titulares de los periódicos todos los días. El propio Dios ya daba el consejo: el respeto es la base de todo.
Realmente de todo: del amor, de la familia, del trabajo, de los estudios, de la propia salud y de la vida en sociedad en todos sus aspectos. Nada de eso existe sin respeto.
Muchos dicen que aman a alguien en un matrimonio, por ejemplo, mientras traicionan, humillan o usan a esa persona para satisfacer sus propios intereses. Quien ama de verdad nunca haría eso. Quien se ama de verdad no acepta formar parte de una relación tóxica. Así es, el más noble de los sentimientos no deja de ser una palabra vacía si no hubiere (mírelo ahí nuevamente) respeto.
Hasta aquí todo bien, ¿qué le parece ahora si pensamos un poco más sobre lo que el mismo significa?
Mirar otra vez
En latín, la palabra respectus significa “mirar una vez más”. Es decir, prestar real atención a algo o a alguien. Es diferente a aquella mirada rápida sin interés, por ejemplo.
Por lo tanto, usted no tendrá actitudes reprobables y perjudiciales hacia las personas. Nunca querrá perjudicarlas. Eso también es válido para el espacio que le rodea: la naturaleza, su ciudad, su iglesia, su trabajo.
Si todos respetaran las leyes de tránsito, por ejemplo, el tráfico no sería uno de los mayores problemas de las ciudades. No es solo obedecer las señales o las luces de colores en un cruce, sino respetar la integridad física de las otras personas, ya sean peatones o conductores. Todas esas señales dicen lo mismo: respete su vida y la de su prójimo.
Un ser humano respetuoso reconoce una autoridad, y no nos referimos aquí solamente de quien ocupa posiciones altas en los países, en una empresa o en una institución de enseñanza. No es solo en el caso de presidentes de la república, reinas, directores o generales. Un portero es la autoridad en una portería, porque es de él la responsabilidad de determinar quién puede y quién no puede entrar a un edificio, por ejemplo. Él debe tratar con reverencia a los habitantes o a los trabajadores de aquel lugar, pero también debe ser obedecido, porque es el responsable de las reglas que representa.
Opiniones diferentes
Respetar no es estar de acuerdo con todo lo que el otro dice, sino en no discriminarlo u ofenderlo porque él piense de una forma diferente a la de usted. Exponer su punto de vista es una cosa, tratar de imponerlo a la fuerza es otra. ¿Ya se detuvo a pensar lo que sucede en algunos deportes? ¿Qué es lo primero que dos tenistas hacen al comenzar un partido o dos judocas antes de una lucha?
Se saludan. Muestran deferencia uno por el otro, incluso siendo adversarios. Ellos también se saludan al final. El respeto va más allá de una competición.
Ahí entra otra cuestión importante: lo que se dice debe coincidir con lo que se hace. ¿De qué sirve que un adulto le enseñe a un niño que debe respetar a sus mayores, pero hace chistes o se queja cuando un anciano es atendido antes en la fila del supermercado? “El niño ve, el niño hace”, dicen. Y ahí nace un individuo más que no le interesan para nada los derechos del otro.
Uno de los principios básicos de las leyes de muchas sociedades se basa en la premisa de que “su derecho termina donde comienza el del prójimo”. Tiene mucho sentido. Pero, lamentablemente, no siempre eso funciona en la práctica. La persona que cruza el semáforo en rojo, roba un bien ajeno o enciende la televisión en un alto y buen volumen a la madrugada suele ser la misma persona que se indigna cuando le hacen lo mismo. ¿Cómo es posible exigir del otro lo que usted mismo no hace?
Teoría y práctica
Existe algo llamado respeto propio. Quien se respeta se preserva. Una persona así tiene una defensa extra contra los vicios, por ejemplo. Abastecida de respeto por ella misma, nunca se metería con algo que destruya su salud física, mental y social. Ella valora su descanso. Busca hábitos saludables y calidad de vida.
Si cada uno cuidara su parte, la práctica podría ser diferente. Como ya enseñaban los Diez Mandamientos, hace miles de años, enseñando claramente que una sociedad funciona a partir de las actitudes de cada uno, desde las más sencillas. Resumiendo: cuando una persona respeta, muestra deferencia, aprecio, reverencia, consideración, ella también aprecia que sientan eso por ella. Después de todo, como bien dicen por ahí, el respeto es bueno y a todo el mundo le gusta.
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