Mariela Barreiro durante tres años consecutivos perseveró manifestando su fe en el Altar y Dios la honró transformando toda su vida. Ella tuvo una infancia difícil, una adolescencia plagada de rebeldía, alcohol y drogas, los fracasos sentimentales la habían marcado y los problemas espirituales la estaban enloqueciendo, sin embargo, una invitación de su expareja le cambió la vida.
“Crecí en un ambiente de discusiones, era muy nerviosa, tenía pesadillas y escuchaba que me llamaban. Empecé a fumar y a tomar, sufría en la vida sentimental. Pasé a juntarme con chicas que consumían marihuana, al tiempo probé la cocaína porque necesitaba algo más.
Comenzaba a drogarme a las diez de la noche y seguía hasta las nueve de la mañana. Un día, me avisan que habían robado en la casa de mi mamá, en lugar de desayunar, me drogué y fui a verla. En el colectivo empecé a sentirme mal y me corté con una gilet para sangrar para que me baje la presión. Llegué a la casa de mi mamá angustiada, me mojaba la nuca, no soportaba estar encerrada, entonces le dije a una de mis hermanas que me llevara al hospital. En la guardia dije que había tomado cocaína, allí me salvaron la vida. Salí de esa y comencé a sufrir con fobias en el transporte público”, cuenta.
Con su nueva pareja decidieron tener un hijo, pero cuando nació, se peleaban por todo, llegó a levantarle la mano a él. Fueron cuatro años de agresiones. “Estaba depresiva, al tiempo me separé y me reencontré con mi primer novio, pero empezamos a pelearnos, yo era celosa, no podía dormir, me encerraba y me quedaba a oscuras. Él era nervioso y celoso, y discutíamos todo el tiempo.
Me fui de mi casa y mi marido entró en depresión. Él me llamaba por teléfono, me insultaba, me seguía, me volvía loca, y yo lo odiaba. En un momento noté un cambio en él, me dijo que estaba para lo que yo necesitara, eso me hizo pensar porque me dijo que iba a la iglesia. Un día fui a verlo, me dijo que estaba luchando por mí para que volvamos entonces acepté ir a la Universal, nos decidimos a luchar por nuestro amor.
Participando de las reuniones logré perdonarlo, aprendimos a cuidar nuestra relación y a los 4 meses nos casamos siendo que pasamos 15 años yendo y viniendo. Dios fue cambiando nuestro interior, me libró de las perturbaciones espirituales y restauró nuestra vida. Hoy tenemos una familia bendecida y vivimos en paz. Económicamente avanzamos, yo me independicé y él trabaja de manera independiente también”.
[related_posts limit=”17″]