Mirtha Luna conoció el dolor desde pequeña y tuvo una vida infeliz, con mucho sufrimiento. Sin embargo, pudo ser feliz cuando manifestó su fe.
“A mis nueve años mi mamá me abandonó y tuve que hacerme cargo de mis hermanos porque mi padre trabajaba para sustentarnos.
Años después conocí a mi esposo, le conté cómo había sido mi infancia y él me prometió que iba a hacerme feliz, que nunca me iba a engañar, pero al tiempo me fue infiel.
Desde ese momento, me dio asco, lo odiaba, guardaba mucho rencor contra él y me preguntaba para qué había nacido, porque toda mi vida había sido un gran sufrimiento. Estaba angustiada, me sentía vacía. Empecé a sufrir hipertensión y hemorragias. Comencé a fumar, no dormía, me dolía la cabeza permanentemente.
Al tiempo quedé embarazada. Mi hijo nació con problemas respiratorios, tenía asma crónico y los médicos decían que tenía que usar una mochila de oxígeno por el resto de su vida. Tiempo después volví a quedar embarazada, nació mi hija y también tuvo problemas de salud: leucemia, diabetes y neumonía crónica, no tenía ninguna expectativa de vida.
A todo eso se le sumó una situación económica muy mala, no podíamos pagar los servicios ni comprar la medicación.
Mi suegra me invitó a la Universal y al principio yo la rechazaba, pero ella insistió hasta que fui. Llegué a la Iglesia durante la Hoguera Santa, entendí de qué se trataba y decidí participar. Dios me respondió, a la semana había dejado de fumar, las hemorragias se habían detenido, tenía ganas de vivir. Tiempo después, en la siguiente Hoguera Santa participé y logré que mis hijos fueran sanados. Los médicos no podían entender qué era lo que había sucedido.
Todos empezamos a ir juntos a la Iglesia, pero me faltaba solucionar el problema matrimonial y económico. Me indigné porque sabía que el Dios que nos había sanado podía también solucionar mis otros problemas. Manifesté mi fe como nunca antes y la respuesta llegó. Mi matrimonio cambió, pude perdonar a mi esposo, recuperamos el diálogo, salimos juntos, reconstruimos la familia, gracias a Dios.
Finalmente, en lo económico, pudimos abrir nuestra empresa, un aserradero, donde empleamos a 15 personas, tenemos la casa que siempre quisimos, tenemos nuestro auto, estamos todos sanos, unidos y felices, mi vida es una maravilla”.
[related_posts limit=”17″]