Jesús, el propio Dios, dijo: “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.”, (Lucas 12:16-19).
Vea bien: “… y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.”, ese es el objetivo del ser humano, decir para sí: “tengo suficiente dinero para vivir por el resto de mis días con holgura, con alivio, de manera que puedo descansar, comer y beber, y vivir hasta el último de mis días”. Entonces, dice Jesús, en Su parábola. “Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?”, (Lucas 12:20).
Nosotros somos cuerpo, alma y espíritu. Y cada parte tiene una necesidad. Nuestro cuerpo físico depende del alimento, depende del trato que le damos. Nuestra alma depende del amor, quiere dar y recibir amor. ¿Y cuál es el alimento del espíritu? La Palabra de Dios.
Cuanto más hambriento esté su espíritu, más su alma le va a engañar, más cosas equivocadas hará, más frustraciones tendrá, porque lo que hace que tengamos sabiduría para tomar decisiones correctas es alimentar nuestro espíritu, o sea nuestros pensamientos, con la Palabra de Dios, que son los pensamientos de Dios.
Dios no nos dio una imagen, nos dio Palabra. Por ejemplo, nosotros leemos este texto en que dijo Jesús: “Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma…”. Aquí no dice “pedirán tu cuerpo” o “pedirán tu espíritu”, sino pedirán el alma que fue agraciada con todos los bienes de este mundo, pero que no se lleva nada de él.
En el versículo siguiente dice: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”, (Lucas 12:21).
Quizás usted ha oído hablar de Dios pero no Lo conoce, y esa es la riqueza que tengo y quiero compartir con usted. Pero esa revelación solo el Espíritu Santo la hace a aquellos que tienen sed, que tienen hambre de Justicia, que realmente quieren conocerlo. Si usted es una de esas personas que quieren conocerlo, tiene que darle su vida a Él, tiene que entregarse.
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