El ser humano se cree autosuficiente, y las mujeres sufren aún más con esto por ser consideradas capaces de desempañar varias tareas al mismo tiempo e incluso equilibrar diferentes jornadas en un único día, como trabajar, cuidar a sus hijos y a su familia, mantener la casa limpia y ordenada, cocinar, estudiar, cuidarse a sí mismas y cuidar su vida espiritual.
En este destino de “poder con todo”, muchas se sobrecargan y desean que alguien las socorra, esperando que adivinen sus deseos, y por eso tienen miedo de pedir ayuda, mientras que otras creen que su pedido no será tomado en cuenta o que no serán ayudadas.
En una parábola, el Señor Jesús dijo que una persona buscó a su amigo a medianoche pidiéndole tres panes y no fue atendido, pero alegó que a causa de su importunidad sería ayudado (Lucas 11:5-8). Si no nos incomoda pedir comida en un restaurante, pedir el talle correcto de la ropa o llamar a emergencia en caso de un accidente, entonces, ¿por qué al pedir ayuda parece que te estuvieran arrancando algo? Jesús concluyó diciendo que, el que pide recibe, el que busca encuentra y al que toca se le abre (Lucas 11:9-10).
Persistí de manera correcta
A veces, tu pedido de ayuda puede relacionarse a una tarea doméstica, a la economía, a una situación en el trabajo o incluso a un problema de salud y, aunque la idea de pedir ayuda es de humillación, la verdad es otra: es una actitud de humildad, principalmente cuando este pedido está direccionado a Dios.
Cuando una persona practica lo que está escrito en Lucas 11:9-10, es porque cree y tiene la iniciativa de recurrir a Dios cuando necesita ayuda y no teme buscarlo, por eso ora y habla con Él.