Mientras muchos dan lugar a frustraciones acumuladas, otros ven el mañana a través de los ojos de la fe. Eso fue lo que le pasó a David. En lugar de quedarse pensando en el arduo trabajo que tenía o en el desprecio de su familia, prefirió confiar en un Dios que no abandona a sus hijos y que los guía como un pastor.
De acuerdo con los historiadores, David tenía cerca de 13 años cuando escribió el Salmo 23. Isaí tenía 8 hijos. El más chico era David y era el único que trabajaba con las ovejas. (Léalo en 1 Samuel 16:11). En los campos de Belén, David enfrentaba peligros. Mientras apacentaba el rebaño de su padre, enfrentó a un oso y a un león y los mato. (Léalo en 1 Samuel 17:34).
Además de la compañía del rebaño, David solamente podía contar con Dios. Él tenía que adquirir coraje para pelear contra las fieras y peligros que encontrara en el camino, pero los desafíos no eran solo externos, eran internos también: los peligros de su alma, sus miedos y preocupaciones.
“El Señor es mi pastor; nada me faltará.” (Salmo 23.1)
David fue despreciado por sus hermanos y por su padre. Era alguien que no hacía falta, que si no estaba en la mesa a la hora de comer, no importaba. Pero él confiaba en Dios y sabía que el momento de su honra llegaría.
Uno de los sueños de David era ser querido, ser amado, tener importancia dentro de su familia ya que sus adversarios eran sus propios hermanos. En el versículo 5 del Salmo 23, dice: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.”
Siendo jovencito, el sueño de David se realiza cuando Samuel, por orden del Señor, sale en búsqueda del Rey de Israel. Entonces le pide a Isaí que llame a David y le advierte: “…no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí.” (I Samuel 16:11).
En los versículos 12 y 13 vemos que Samuel unge David y deja asentado que él fue ungido entre todos sus hermanos. Allí vemos el cumplimiento del versículo 5 del Salmo 23.
David no perdió la esperanza de ver su sueño realizado… Que al igual que él, sepamos esperar y confiar en las promesas de Aquel que nunca falla.
Si tenemos al Dios de Israel como pastor de nuestra alma, nada nos faltará; y aunque andemos por valles de oscuridad, Él estará con nosotros protegiéndonos, guiándonos y finalmente exaltándonos por más que parezca que no tenemos ninguna importancia.
Dios tiene sueños para realizar en nuestra vida y jamás se olvida de una promesa o de un pedido hecho. Aunque no lo esté viendo o percibiendo, hay alguien que no se olvida de usted y que, a su tiempo, lo encontrará y hará su vida rebozar de alegrías y bendiciones.
No deje que las situaciones adversas lo detengan. Continúe luchando. No renuncie a sus sueños porque el Buen Pastor no olvida el pedido de Su hijo.