Después de la liberación del pueblo de Israel de Egipto, descripta en el libro de Éxodo, Dios revela en el siguiente libro, de Levítico, los detalles de cómo el hombre podría aproximarse y mantener la comunión con Él.
Allí comenzaría la jornada más fascinante de los judíos: Un Dios Santo habitando entre un pueblo, que también debería ser santo, instruido con una Palabra Santa, con el auxilio de sacerdotes y servicio santo, para así obtener la conquista y la preservación de su Tierra Santa. Pero, para eso, era necesario que haya santidad.
Entendemos así que, en el pasado, no eran las órdenes o el ritual lo que purificaba, sino, al practicarlo, la consciencia debería ser despertada para que la persona supiera que no estaba en la presencia de cualquiera. Le tocaba al hombre tener temor para no jugar y no despreciar nada que fuera sagrado. Las leyes referentes al culto, a los sacrificios y votos, a la tierra, a los sacerdotes, al pueblo, a las fiestas, entre otros, tenían como único objetivo separar la nación de Israel de todos los demás pueblos.
Por eso, en cada detalle había una distinción – incluso en las vestiduras cuidadosamente escogidas por Dios para el oficio en el Tabernáculo. Cada prenda era singular y tenía importantes significados. Al usarla, era imposible no darse cuenta de que se estaba delante de una persona inusual. Dios quería ser revelado de todas las formas, interior y exteriormente, como una alianza: “YO muestro que ESTOY con ustedes, y ustedes, a su vez, muestran que Me pertenecen.”
La mitra del sacerdote
El último ítem del traje del sumo sacerdote, por ejemplo, les revelaba a todos, pero principalmente a él mismo, que la honra dada exigiría un precio: vivir lejos de las impurezas y en consagración con el Señor Dios.
“Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD AL SEÑOR.” Éxodo 28:36
Esa lámina se parecía a una diadema conteniendo la inscripción Divina y sería usada continuamente en su frente, en la parte delantera de la mitra.
Según la neurociencia, es en esta región, llamada de lóbulo frontal, que las decisiones complejas son tomadas y se hace la planificación de las acciones conectadas a sus intenciones. Aquella lámina puesta en su frente, de oreja a oreja, era para recordarle al sumo sacerdote que todos sus pensamientos y elecciones deberían estar sometidos a un concepto espiritual. Sería como una especie de corona sagrada, siendo una paradoja para el mundo.
Diferentemente de reyes, que exhiben sus coronas imponentes en lo alto de su cabeza a los demás, en la frente de aquel siervo, de manera muy visible a Dios y a los hombres, debería estar impreso el único propósito de su vida: vivir en santidad con el Señor.
Santidad al Señor en el Templo de Salomón
Para recordar ese precepto exigido por Dios, en los días de hoy, en la réplica del Templo de Salomón en São Paulo, la inscripción “Santidad al Señor” estará grabada en el letrero de la pared arriba del Arca y del Altar, lugares en donde los visitantes podrán aprender cómo esa pureza puede ser aplicada en sus vidas.
En la actualidad, los que piensan que la gracia es el pasaporte para un servicio sin orden o disciplina se engañan, pues el sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio levítico. La antigua alianza, afirmada en la Ley, era transitoria e inferior a la nueva alianza que vivimos hoy, pues esta es eterna y superior. La Ley fue una preparación para la capacitación perfecta que vendría por medio del sacrificio del Señor Jesús. Un nuevo arreglo fue hecho, no con sangre de toros o de machos cabríos, sino con la Sangre del Cordero de Dios, lo que hace que nuestra responsabilidad delante de Él sea incomparablemente mayor.
La santidad se manifiesta en el carácter, en el celo diario con la vida espiritual: para los solteros, en la forma de cómo comportarse en el noviazgo; para los casados, cómo conducen el matrimonio. Ella se revela también en la elección de las amistades, en las elecciones que se hace, etc. En fin, no se limita al comportamiento perfecto presentado en la iglesia (por los frecuentadores o miembros), sino principalmente fuera de ella.
La renuncia trae santidad
La vida en santidad hace que se viva en una nueva dimensión y que se tenga nuevos objetivos. Como Moisés, que tuvo la osadía para pedir ver la gloria de Dios. Él ya había visto manifestaciones grandiosas de Su poder, pero su sed ahora era otra.
En nuestros días, no tenemos manifestaciones de la aparición de Dios, como en el pasado, en donde Él Se revelaba por medios de nubes, fuego, voz o visiones. Sin embargo, Se manifiesta de forma mucho más poderosa, dándole al hombre la oportunidad de conocerlo e incluso recibir Su Espíritu Santo.
Es por eso que la santidad requiere renuncia. En el pasado, el sacerdote no podía entrar en el Santo Lugar sin antes pasar por el altar del sacrificio y por la vasija de bronce para purificarse. Y hoy y perpetuamente ese es el orden para la vida de quien desea servirlo.
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