El plan de Dios no es ofrecernos a los seres humanos una vida mediocre, sino una vida con abundancia. Esto ya lo saben todos. Pero, por encima de ese deseo, está Su voluntad soberana: volverse Uno con Sus verdaderos hijos, así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno. Pero quizá te preguntes: “¿En qué circunstancia sucede esto?”. Y la respuesta es simple: cuando recibimos la gloria de Su Espíritu, conforme con lo que el Señor Jesús certifica en Su Palabra:
“La gloria que Me diste les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos Uno” (Juan 17:22)
Cuando nos volvemos una unidad con Dios, además de adquirir Su carácter, recibimos de Él ojos espirituales que nos revelan Su grandeza. Y, de esa manera, nos volvemos Sus testimonios y cumplimos Su propósito:
“Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que Tú Me enviaste, y que los amaste tal como Me has amado a Mí” (Juan 17:23)
Entendé que el Espíritu Santo viene para que los nacidos de Él santifiquen el Nombre del Señor Jesús y den testimonio de Su Resurrección. Si no sucediera así, ¿cómo sería posible testificar sobre la vida de Alguien que estuvo físicamente en la Tierra hace más de dos mil años?
El Señor Jesús es el Primogénito de Dios, pero Él quiere que Sus hermanos en la Fe continúen glorificando al Padre. Y eso debe suceder desde ahora, durante nuestra vida en este mundo.