Una vida dedicada al Señor Jesús no significa una vida de completa facilidad. Existen otros desafíos, las pruebas y las batallas propias, las cuales no solo deben enfrentarse sino que deben vencerse.
Servir a Dios de todo corazón significa renunciar totalmente a su propia vida. Servirlo quiere decir, sacrificar sus pasiones, sus deseos y el amor por las cosas pasajeras de este mundo. Dedicarse al Señor por completo significa tener una vida de luchas constantes, disgustos, incomprensiones, decepciones y lágrimas por aquellos que ni siquiera conoce. Si el hombre común pasa por momentos difíciles, imagínese aquellos que Lo sirven de corazón. Ellos enfrentarán batallas y vivirán en un estado de guerra constante contra el diablo y contra todo su reino.
El mejor ejemplo de esto, fue el propio Señor Jesús, que aun siendo el Hijo de Dios, fue tentado muchas veces, pero en todas las etapas venció, porque oraba continuamente al Padre:
“Y Cristo, en los días de Su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas Al que Le podía librar de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente.” (Hebreos 5:7)
Y si el Hijo de Dios necesitaba vivir en constante consagración, ¿se imagina las personas que Lo sirven? Ellas deben vivir todo el tiempo buscando la ayuda del Señor para vencer sus momentos de luchas.
Quien esté dispuesto a servirlo nunca podrá pensar en sí mismo o en su futuro, sino en Cristo, como Él mismo declaró:
“Mas buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33)
Es como el soldado que va a la guerra. Allí, en el frente de batalla, tiene la obligación de mantenerse vigilante todo el tiempo, ya que, de lo contrario, su vida y la de sus compañeros correrán riesgo. No hay vacaciones, día libre o tiempo de ocio, porque el enemigo no tiene esto y está listo para atacar en cualquier momento.
En el período de guerra, el país cuenta con su soldado y espera que él luche con todas sus fuerzas para alcanzar la victoria. De la misma manera es la vida cristiana. Aquel que dio Su vida por el pecador, que sufrió para que él pueda tener la vida eterna, que lo salvó, lo convocó, ahora lo necesita para alcanzar a otras personas que aún se encuentran viviendo según las pasiones de este mundo.
Vivir una vida cristiana de todo corazón es colocarse en la presencia de Dios para que Su voluntad pueda ser realizada, a través de Él, en este mundo.
Por lo tanto, no es suficiente ser un frecuentador de iglesias o incluso un cristiano solo de palabras o actitudes, sino de constante dedicación, conforme a lo que está registrado en Su Palabra:
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos Es perfecto.” (Mateo 5:48)
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