Marcos Gómez: “A los 14 años, me sentí con la libertad de hacer lo que quisiera. Conocí la calle, descubrí la marihuana y las salidas de noche. Aparecieron los pensamientos que me impulsaban a quitarme mi vida, aunque en ese momento, no lo intenté.
Al juntarme con personas que manejaban armas de fuego, me convertí en parte del grupo. Mientras, el vacío en mi interior crecía. Mis noches eran para estar fumado y tomar alcohol. Me involucré más en los vicios y toqué fondo. Intenté salir por propia decisión, pero no pude dejar”.
Las malas decisiones pusieron su vida en riesgo: “Era agresivo, me gustaba pelear con cualquiera. Presentía que, si no me suicidaba, me iban a matar. Dormía con un revólver bajo la cama, tenía muchos enemigos. En un momento, agarré el arma para matarme”.
Sus adicciones lo acorralaron: “Cuando pasaba el efecto, me sentía deprimido, estaba solo en mi habitación y tenía miedo. Pensaba en mi futuro, pero con el ritmo que llevaba, no creía poder vivir mucho más, sentía que no valía la pena.Llegué a la Universal un domingo a la mañana. En el momento, supe que podía ser libre de todo lo que estaba pasando y que cada sueño que tenía se iba a realizar. Me di cuenta de que debemos tomar la decisión de dejar todo lo que nos hace mal. Podemos cambiar si entregamos nuestra vida en las manos de Dios. Dejé las adicciones, cambié, encontré la paz que buscaba. Tengo trabajo, estoy feliz, prosperado y me sigo capacitando, hay un futuro posible. El Señor me dio la oportunidad de una nueva vida”.
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