Cuando Ana Beatriz, de 6 años, nació, la ama de casa Andreia Cristina Roque, de 34 años, y su marido Josemberg Roque, de 37 años, se realizaron como padres. Ellos querían mucho tener una hija y lucharon durante la gestación por la supervivencia de la niña, que corría riesgo de morir debido a un problema en la placenta.
El nacimiento fue motivo de alegría para toda la familia. Pero, a causa de la gestación de alto riesgo, ella tuvo una mala formación congénita de las extremidades inferiores: los pies estaban torcidos y atrofiados y su cuerpo no tenía el hueso sacro, el que le da firmeza a los miembros, y el hueso de la cadera estaba completamente dislocado del lugar.
Andrea y Josemberg comenzaron a luchar por la corrección de esos problemas. El hueso de la cadera fue cortado para que se pudiera adaptar al cuerpo de la niña y se le realizó una cirugía en los dos pies para que quedaran en la posición correcta. El derecho fue corregido, pero el izquierdo no.
Después de dos años, los médicos le informaron a los padres que se debería realizar un nuevo procedimiento, pero que, esta vez, no sería sencillo. “Me asusté, porque tendrían que sacarle un hueso más que tenía en el pie. Para eso iban a tener que abrirlo de punta a punta. Pero lo puse en las manos de Dios”, relata Andreia.
El susto
Después de la cirugía, Ana Beatriz se fue a su casa con el pie enyesado. Después de 15 días, ella regresó al hospital con su madre para retirar el yeso y ver el resultado. “El médico me sacó de la sala y me dio la noticia que el pie estaba necrosado y que ella tendría que ir hacia el centro quirúrgico lo más rápido posible”, cuenta la madre.
Al día siguiente, Ana Beatriz se sometió a una cirugía más y, después de algunos exámenes de sangre, se pudo constatar que ella había sido contaminada por dos bacterias: una que estaba en su pie y otra en su organismo. La infección se extendía por todo el pie izquierdo. Piel, tejidos y carne se estaban pudriendo. Por eso, cada semana ella se sometía a un raspado en el hueso. “El agujero en el pie aumentaba, porque tenían que retirar toda la carne, piel, nervios que estaban podridos. Fue muy difícil”, recuerda Andreia.
Con el pasar del tiempo, la niña quedó anémica, porque perdió mucha sangre. Después, comenzó a tener heridas en la espalda. “Ella no podía salir de la cama para nada, ni siquiera para bañarse”, afirma Andreia.
Como sus venas ya estaban muy deterioradas de someterse tantos a exámenes, Ana Beatriz comenzó a utilizar un catéter. El objeto también era un riesgo para su vida, porque podía ser un foco de proliferación de bacterias.
Hacía un mes que ella estaba internada y su estado de salud solo empeoraba. Los remedios no estaban eliminando las bacterias y el pie estaba cada vez más necrosado. Los padres recibieron la noticia de que iba a ser necesaria la amputación del miembro. “Los médicos dijeron que no tenían nada más que hacer, porque la bacteria ya se había propagado por todo el organismo y que en cualquier momento ella moriría”, destaca la madre.
Transformación
No fue fácil para Andreia y Josemberg escuchar esa noticia. Sin embargo, ellos creían que Dios era el Único que podría salvar a su hija. “Levantamos la cabeza, enjugamos las lágrimas y partimos hacia el Altar. Sabíamos que el hombre no podía hacer nada más, pero que era el momento que Dios actuará”, resalta Andreia.
Realizaron cadenas de cura, campañas y votos, expresando la fe y la confianza en Dios. En la semana de la amputación, supieron que el equipo médico había podido encontrar un nuevo antibiótico para combatir la infección. Pocos días después, las bacterias estaban muertas.
Pero aún había un problema: se necesitaría realizar un injerto para rellenar los agujeros del pie de Ana Beatriz. “Los médicos le tendrían que sacar parte del muslo para implantárselo en el pie, pero advirtieron que el organismo podría rechazarlo”, dijo Andreia.
Una vez más, ella y su marido decidieron usar la fe. Andrea comenzó a ungir a la niña todos los días con aceite, hizo nuevos votos de fe y participó de las reuniones de cura en la Universal. Después de 15 días, supo que no sería necesario realizar el injerto. “El médico me dijo: ‘No me pregunte cómo sucedió, pero el agujero se está cerrando y eso para mí era imposible’”, recuerda. Ella completa: “él también me dijo que solamente nuestra fe sería capaz de curarla”, detalla.
Ana Beatriz terminó de tomar el antibiótico, retiró el catéter y vio cómo su piecito fue totalmente curado. “Hoy ella camina, corre, practica deportes en la escuela y tiene una vida saludable como otros niños”, celebra la madre.
Muchas personas hacen y reciben oraciones para tratar enfermedades incurables en las reuniones de Cura y Liberación de la Universal. Las cadenas se realizan todos los martes a las 8, 10, 16 y 20h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro o vea la dirección de la Universal más cercana a usted haciendo clic aquí.
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