Camila Molina: “Mis padres estaban divorciados y mi papá solo aparecía para pelear con mi mamá, cuando pasaba, me escondía debajo de la cama. Fui creciendo y le guardé rencor a mi padre, él me daba miedo.
Sufría problemas espirituales, sentía que me tocaban cuando no había nadie. Me dolía mucho la espalda, tenía pesadillas y no podía despertarme, era una situación desesperante.
Fue terrible; salía de la escuela, iba a lo de una amiga y volvía a mi casa a las diez de la noche. Me pasaba todo el día afuera, no quería saber nada de estar con mi familia. Mis amigos me ayudaban a escaparme, tomaba y fumaba con ellos.
Me metí con un chico que era adicto, creí que lo podía cambiar. En esa relación había forcejeos y yo lo golpeaba, las discusiones empezaban por sus celos y los míos. A veces lloraba hasta que me quedaba dormida hasta que dije basta, sufrí demasiado. Finalmente tomamos la decisión de separarnos. No tenía sentido que estuviéramos juntos. Nunca pensé en matarme, pero quería desaparecer.
Yo sabía que el Señor podía cambiar las cosas pero, no Lo buscaba. El proceso de liberación fue difícil porque debía dejar las salidas y los amigos que me hacían mal.
Empecé a hacer las Cadenas, me bauticé y dejé todo atrás. Hoy ya no le tengo miedo a mi papá, nos llevamos bien, a veces me pide que ore por él.
No fue fácil, pero después de recibir el Espíritu Santo, supe que es lo más importante que tengo en la vida. Si no fuera por Él, no estaría acá, todo lo que hice valió la pena”.