Rosa Benítez estaba llena de ilusiones por el embarazo de su segundo hijo, en ese momento planeaba todo para la llegada del bebé, pero en lugar de disfrutar de esa felicidad, recibió una noticia terrible que le amargó su existencia. Ella estaba enferma de sida.
Su esposo fue internado de urgencia, lo iban a operar de inmediato de la vesícula, a la hora de realizarle los estudios detectaron que él tenía HIV positivo. “Los médicos hablaron conmigo y me mandaron a hacer estudios. Recuerdo que era febrero de 1998 cuando me citaron para darme la noticia de que tenía HIV positivo. Empecé el tratamiento que constaba de 22 pastillas diarias, al poco tiempo mi marido fallece y yo no sabía qué hacer de mi vida. Si bien estaba en tratamiento, las defensas bajaron y mi organismo entró en un calvario.
Tuve neumonía y estuve internada en terapia intermedia, me hicieron una espirometría, tenía taquicardia y escupía con sangre, en ese momento tenía 26 células de defensa en todo el cuerpo y respiraba muy poco. El médico me decía que se debía a la patología de base, estaba anémica, la medicación hacía que se me cayera el pelo y me provocaba náuseas. Me colocaron una zonda para alimentarme, suero y no podía moverme”, cuenta al recordar esos momentos.
Su madre era su sostén, ella la ayudaba, la visitaba y se mostraba fuerte para animar a su hija en ese proceso. Ella pensaba que su hija se moría porque Rosa llegó a pesar 47 kilos, le salió un herpes que le cubría la mayor parte de su cuerpo, eran como llagas que sangraban y cada día emporaba su cuadro. “Eso me producía mucha tristeza, porque estaba demacrada, no podía pensar en que saldría de esa situación. Mis hijos esperaban mi muerte, no me reconocían de lo deteriorado que estaba mi cuerpo. Mi cuadro era irreversible, la medicina no podía hacer mucho más por mí y yo sabía que mi final se acercaba”, cuenta Rosa.
Su madre ya concurría a las reuniones de la Universal y pedía por la salud de su hija, llevaba su ropa o su foto para clamar por una solución. Fue difícil, pero ella usó su fe hasta que Rosa salió adelante. “Cuando salí de la última internación fui a la iglesia, comencé a participar de las reuniones, seguí al pie de la letra todo lo que me indicaba el pastor y fui mejorando. La neumonía desapareció, comencé a sentirme fuerte, ya no tenía el herpes, la taquicardia ni necesitaba oxígeno. Me hicieron nuevos estudios y en los resultados la carga viral era imperceptible, ya no se detectaba.
Los controles posteriores confirmaron que estaba sana, ya no dependo de una medicación para vivir y puedo disfrutar de mis hijos. Es un milagro que esté viva, agradezco a Dios porque no creía que fuera a salir de esa situación”, afirma sonriendo.
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