Vanesa Baez comenzó a sufrir desde pequeña, su familia vivía en la miseria, sus padres eran muy violentos con ella y sus hermanos y a los cinco años de edad fue abusada por su abuelo. “Me sentía impotente y odiaba a mi mamá por consentir en que mi papá nos hiciera tanto daño. Cuando le dije lo que mi abuelo me había hecho, me dijo que nunca más lo mencionara porque sino mi papá me iba a golpear muchísimo”.
Vivió un tiempo con una tía que la maltrataba y a los 14 años se vio obligada a irse de su casa, buscaba trabajo con la esperanza de una mejor vida, pero fue violada en la calle y abusada de todas las maneras posibles. “No me daban trabajo porque era muy joven y no tenía experiencia y los que me daban solo querían aprovecharse de mí. Me deprimí porque no quería seguir viviendo así”, recuerda.
Los dueños de un bar en que trabajaba, que eran proxenetas, le ofrecieron un lugar para dormir y la encerraron. “Al mes me escapé de ese lugar con lo puesto, sino estaría hasta el día de hoy en la red de trata. Recuerdo que tenía mucho miedo, no entendía porqué me pasaban esas cosas”.
Una mujer le dijo que la iba a cuidar como una hija, se ganó su confianza y después la vendía a sus conocidos y amigos. Ella estaba decepcionada de la vida, creía que su destino era ese, entonces decidió involucrarse en la prostitución de lleno. “Estaba sometida por los proxenetas, me ofrecían protección y prioridad, era todo un manejo. Pensé que si tenía dinero, sería feliz, pero no fue así. Ganaba muchísimo dinero, salía, viajaba por todo el mundo y me drogaba pero estaba vacía, nada me daba satisfacción”, reconoce.
Ella se volvió una mujer muy nerviosa a quien la anorexia la estaba matando. No quería saber nada con tener una relación seria porque usaba a los hombres en venganza por todo lo que le habían hecho en la vida. Cuando decidió formar una familia, su pareja se drogaba y la obligaba a abortar, entonces ella se escapó para tener al bebé, pero no se sentía conectada con él como madre, lo agredía hasta hacerlo sangrar.
“Me casé solo porque un conocido de la infancia se relacionaba bien con mi hijo. El primer tiempo estuvimos bien, pero después había frialdad y rechazo”, cuenta. Ella se sentía incapaz de ser madre y esposa, por lo que los abandonó por un año. Seguía con su vida de prostituta y vivía completamente atormentada por los espíritus que había consultado.
“De ves en cuando visitaba a mis hijos, quería pero no podía estar con ellos. Me sentía muy oprimida y pensaba en dañarlos, no aceptaba eso. Un día oré a Dios, dije que no iba a matar a mis hijos ni a suicidarme, le pedí fuerzas y me acerqué a la iglesia, desde ese momento las cosas comenzaron a cambiar.
Descubrí la fe y la esperanza en la Universal. La solución de los problemas no fue sencilla, pero pude superar todo. Logré perdonar y hoy disfruto de la familia que formé, con mi marido nos amamos de verdad. Él es la única persona que me conoce por completo, él sabe todo de mí y me valora y respeta”.
[related_posts limit=”17″]