Estela Maris Montenegro tuvo una vida de sufrimientos. “Todo comenzó cuando era pequeña. Mi mamá y mi padrastro eran alcohólicos. Un día se nos incendió la casa y perdimos todo”, recuerda.
Luego, la situación empeoró: “Como no había trabajo, yo salía a pedir a la calle. Empecé a trabajar en un negocio a cambio de carne y frutas. Allí sufrí un abuso. A partir de ese momento, mi vida ya no fue la misma. Yo tenía nueve años. Mi mamá me entregó a una familia y comencé a cargar con esos traumas de los que no podía hablar con nadie.
Una búsqueda sin resultados
En la adolescencia intenté encontrar la felicidad. Me puse de novia y luego me casé. El matrimonio fracasó porque había maltratos. Tres años después, intenté rehacer mi vida porque me sentía vacía y sola. Todo iba bien al principio, pero con el tiempo me puse muy agresiva, nerviosa, celosa, insegura y maltrataba a mi esposo.
Luego empecé a enfermarme. Padecí problemas cardíacos, renales, y pulmonares. Pasaba el tiempo y empeoraba. Estaba más en el hospital que en mi casa. Mis hijos sufrían la ausencia de su madre, del mismo modo que yo la había sufrido en mi niñez. La situación empeoraba. Yo continuaba siendo agresiva y mi esposo no sabía qué hacer conmigo.
Recorrí lugares equivocados buscando paz, pero no la encontraba. Caí en depresión y estuve cinco años con tratamiento psicológico y psiquiátrico. Tomaba dieciséis medicamentos por día. Mi cuerpo era como una gelatina. Mis hijos se hacían cargo de mí. Me bañaban y me daban de comer. Yo estaba todo el tiempo encerrada en la oscuridad. Además, veía sombras y escuchaba voces que me llamaban.
Toqué el fondo del pozo cuando, después de una discusión muy grande que tuve con mi esposo, lo maltraté y casi lo mato. Ya no podía más. A esa altura, yo ya había tenido varios intentos de suicidio.
Un nuevo comienzo
Un día estábamos viendo un programa de la Iglesia Universal en la televisión y mi hija me dijo: si tenés un poquito de amor por nosotros, por favor llamá. Lo hice y me orientaron. Llegué a la iglesia acarreada por mi hija. Yo lo único que quería era terminar con mi vida, no creía en Dios, estaba enojada con Él. El pastor justo habló de que la vida podía cambiar. Entonces dije: si eso es posible, voy a cambiar. Comencé a asistir a las reuniones y empecé a liberarme, a sentir la paz y la alegría que nunca había sentido. Eso para mí fue impresionante. Recibí el Espíritu Santo y fui transformada. Hoy sigo perseverando. Fui prosperada en todas las áreas de mi vida. Soy feliz, gracias a Dios”.
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