Cuando voy a un lugar frecuentado por mucha gente, como un shopping, lo primero que me llama la atención no son las vitrinas, sino las personas. No me canso de observar la diversidad, hay personas de todo tipo. Creo que ellas me miran y piensan así también.
Hablo de esta gran diferencia entre nosotros, porque nada provoca tanto dolor y crecimiento como la convivencia humana. Y los dilemas comienzan temprano.
Oí a una mujer decir que tiene dificultades con su pequeño hijo de 3 años. “¡Él me enfrenta, hace berrinches, me tira cosas. Y, lo peor, ya intenté de todo, no sé que más hacer!” Cuando las dificultades en la relación no surgen en la casa, surgen en el trabajo, en la escuela, en la iglesia, en fin. Ellas siempre aparecen a lo largo de la vida.
Es fácil convivir con quien le agrada, lo elogia todo el tiempo, hace cosas para agradarle o concuerda con todo lo que usted dice. El mayor desafío realmente es tener que convivir bien con quien no le agrada, alguien que cuestiona todo lo que oye y, cuando puede, lo enfrenta. En ese momento, ¿qué debe hacer?
Cuando percibimos eso en las personas, la primera reacción es actuar de manera semejante. Si ella me irrita, yo la irrito también. Si habla mal de mí, hablo de ella cuando tenga oportunidad. Si me enfrenta, la enfrento también. Si es indiferente conmigo, soy igual con ella. Y esas reacciones solo hacen que el problema aumente.
Si hay algo escondido por detrás de ese comportamiento, lo ideal es intentar detectarlo con discernimiento. Claro que, para eso, tendrá que vencer una lucha interior grande. Piense: si cada vez que surge un problema usted huye, tendrá una lista de enemistades a lo largo de su vida. Usted puede contribuir con el cambio de esa persona al invertir en su propio comportamiento. Acérquese y conózcala mejor. Usted podrá descubrir el porqué ella actúa así. No hable mucho ni intente ganarla a la fuerza, sino con transparencia y paciencia.
En la infancia tuve que lidiar mucho con los pájaros. Mi padre era criador de canarios pinzones. Todos en casa tuvimos que aprender a tratarlos. Todos los días tenían que tomar sol, entonces teníamos que cargar las jaulas. Pero eso debía realizarse con pasos lentos, sin balancearse, sin gritar. La comida y el agua se la teníamos que dar en los debidos horarios. Las especies que no se llevaban bien no podían estar en el mismo ambiente. Por el canto sabíamos si estaban tristes o felices. Por sus plumas podíamos ver que estaban enfermas.
Y, si quisiese hacer un apareamiento, teníamos que poner el ave en una jaula con divisiones. El macho de un lado, la hembra del otro, y él tenía que estar de siete a diez días cantándole. Y entonces abríamos la división y, a la espera, observábamos si había pelea. A veces, ellos se acostumbraban, pero no se daba el romance. Debía ir detrás de otro compañero posible. Ese era el hobby de mi padre. Yo particularmente, prefiero a los pájaros libres, pero aprendí mucho con ellos.
Todas las especies, principalmente nosotros, seres humanos, tenemos tantas particularidades. Y, si usted no quiere vivir solo y aislado, es mejor que invierta una semana, un mes, algunos cafés, tragar algunos sapos. Aquella que hoy evita o le causa tanto estrés puede, mañana, convertirse en su amiga, admiradora y ayudante. Haga de las situaciones desagradables, buenas experiencias. O sea, ¡de los limones que la vida le dé, una deliciosa limonada!
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