Jacob vivía una vida próspera, tenía once hijos y una familia bien constituida. Pero aun así vivía con miedo, porque le faltaba un encuentro con Dios. Él fue conocido como un tramposo, porque engañó a su padre para que lo bendijera en lugar de su hermano Esaú; ya que él era el hijo mayor y tenía el derecho de recibirla, (Génesis 27:1-40).
Cuando su hermano descubrió lo que había pasado, Jacob tuvo que huir y fue engañado por su suegro. Trabajó 14 años para casarse con la mujer que quería, él engañó y fue engañado.
Cuando Jacob se encontró con el ángel, quería un cambio de vida. Entonces, le pidió a su familia que se fuera porque le quedaba un asunto por resolver y necesitaba hacerlo solo. Él ya no aguantaba vivir así, quería dejar de engañar, cambiar de vida. Cuando el ángel apareció, él le dijo que no lo soltaría hasta que le diera la bendición espiritual, quería dejar de ser Jacob. Finalmente luchó con Dios y su nombre cambió, dejó de ser el engañador para convertirse en Israel.
Por eso, lo que el Señor quiere es que seamos sinceros, porque mientras vivamos en la mentira, corremos peligro.
Muchos oran por la familia, pero en realidad, primero deben cambiar ellos. Dios da la oportunidad de hacerlo, Jacob fue humilde y reconoció que tenía que cambiar, porque no tenía paz.
De qué sirve estar en la iglesia, estar con la corbata, dando sermones, si sabemos que somos como Jacob. De qué sirve tener bienes, si por dentro sabemos que no somos correctos.
Aunque venga a la iglesia y diga que es cristiano, si no obedece a lo que dice la Biblia, no tendrá un encuentro con Dios. Vivirá con miedo, incertidumbre y será una persona insegura siempre. Si usted reconoce que está mal, el Espíritu Santo transformará su carácter y dejará de ser Jacob para convertirse en Israel.
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