Un día conversando con mi padre, oí a Dios enseñarme algo de extrema importancia, que he practicado desde entonces.
Mi padre dijo que había orado a Dios para que colocara un guardia en su boca, en su mente, en sus oídos y en su corazón. Y me puse a pensar, ¿no sería esa la perfecta definición de temor a Dios?
Si Salomón hubiese pedido temor en vez de sabiduría, ¡habría tenido éxito hasta el fin!
Muchas veces pensamos que lo que nos falta es sabiduría, mientras que, en realidad, el temor a Dios por sí solo ya nos proporciona eso.
Muchos sabios han caído en tentación, justamente, por la falta de temor en los mínimos detalles como vanidades, orgullo, enemistades, malos ojos, envidia e incluso falsedad.