El rey David pecó, pero se arrepintió de todo su corazón, buscó a Dios y se humilló. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.”, (Salmos 51:10).
El corazón es la cosa más corrupta que el ser humano puede tener. David le estaba pidiendo a Dios que le renovara el espíritu, para que él anduviere rectamente.
“No me eches de delante de Ti, y no quites de mí Tu santo Espíritu.”, (Salmos 51:11). El rey David era un hombre que andaba en la presencia de Dios. Él no le estaba pidiendo que no lo eche del trono, no estaba preocupado por su posición, sino por su alma. Cuántas personas están preocupadas por cosas materiales. David sabía que sin el Espíritu de Dios estaba perdido.
“Vuélveme el gozo de Tu salvación, y espíritu noble me sustente.”, (Salmos 51:12). La preocupación de David era su alma, su vida espiritual. El Espíritu Santo es el que mantiene nuestra salvación, el que nos consuela. Recibir la salvación no es difícil, cuando una persona acepta a Jesús y se entrega, la recibe. Lo difícil es mantenerla, y para hacerlo, Dios nos da Su Espíritu. Él perdonó a David porque entregó todo su ser, quería la salvación. Cuando usted entrega toda su vida en el Altar, Dios le entrega la plenitud del Espíritu Santo.
Quizás usted es una persona que se ha preocupado por su reputación, por lo que van a decir; mientras esté apegado a algo, nunca subirá al territorio espiritual.
Tiene que estar dispuesto a sacrificar el pecado y la forma equivocada de vivir. Cuando la persona hace eso, el Espíritu Santo entra en su vida, es una gran oportunidad que tiene para ser una nueva criatura. El Espíritu Santo es sabiduría, consolador, intercede por nosotros cuando no sabemos qué pedirle a Dios y nos da la orientación.
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