Todo ser humano, esté convertido o no a Jesús, vive en una guerra constante. Si está provisto de la armadura de Dios, vence, si no lo está, pierde. Esta guerra es más intensa dentro de nuestra mente, a cada instante somos obligados a eliminar los pensamientos del diablo, de los demás, del mundo, para mantener nuestra mente limpia. De esa forma vamos a vencer.
Hay una guerra entre su corazón y su intelecto. El corazón lo empuja hacia el mundo, mientras que su intelecto lo empuja hacia las cosas de Dios. Ese es el conflicto al que se refiere el apóstol Pablo.
Cuando la persona no es convertida, vive en el reino de este mundo y su objetivo es tener una vida de calidad. Cuando se convierte, su objetivo pasa a ser agradar a Dios.
Al convertirse, usted tendrá al mundo en su contra, porque nadie aceptará perderlo y enfrentará guerras todo el tiempo. Al comienzo se engaña, creyendo que todos van a apoyarlo en su jornada de fe cristiana, pero tarde o temprano percibirá que la vida cristiana es una guerra y que vivirá esa guerra hasta el día de su muerte.
Jesús dijo: “A cualquiera, pues, que Me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que Me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre que está en los cielos.”, (Mateo 10:32-33). Si usted no se avergüenza de Jesús, Él tampoco se avergonzará de usted en los Cielos. Vea que la comunión con Dios es una guerra. Si usted actúa de acuerdo con Él, Él actúa de acuerdo con usted.
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.”, (Mateo 10:34). La espada no es un instrumento de amor, es de guerra. Si usted vive basado en el sentimiento, morirá. Nadie va a la guerra con un violín, usted mata o muere y la vida cristiana es así, o usted mata (en el sentido espiritual) al diablo o él lo somete a la esclavitud.
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