El futbol es la pasión de todos los argentinos que cada fin de semana esperan con ansias ver a su equipo. Pero lamentablemente la violencia en el fútbol no es nueva. Antes los hinchas se peleaban por el honor y por defender los colores. La modernidad fue cambiando el escenario. Ahora ya no importan tanto los colores, el objetivo es la venta de entradas y el dinero que se pueda recaudar. Pertenecer al grupo que lidera tiene sus privilegios: Poder, dinero y fama.
Muchos piensan que por el hecho de vivir en una sociedad violenta, y siendo el fútbol parte integrante de dicha sociedad, es imposible que la violencia no se manifieste también en el deporte.
Algunos atribuyen los hechos violentos a la “droga”, cómo si la droga fuera la causa y no la consecuencia. He escuchado a distintos periodistas decir que hay más violencia en las canchas desde que “entró” la droga, como si las drogas pudieran actuar por sí solas sobre las personas.
Las drogas son consecuencias, y no causas, porque las conductas adictivas en general se dan por problemas personales, familiares, y/o sociales. Cuando una persona no dispone de contención afectiva de sus seres queridos, ni de las instituciones que deberían acudir en su auxilio, o cuando la sociedad lo expulsa, y no le permite llevar adelante proyectos personales, familiares, y/o institucionales, convirtiéndolo en un marginal, es posible que dicha persona acuda a alguna sustancia para poder escaparse de una realidad agobiante y que no le da tregua.
Otro factor a tener en cuenta, son los medios masivos de comunicación, que terminan asumiendo un papel trascendental en nuestro querido fútbol. Muchos, por el sólo hecho de haber escuchado algo en la radio, o haberlo visto en la televisión o internet, lo incorporan como una verdad incuestionable, fomentando la violencia.
Quisiera ahora, llamar la atención sobre otro factor que creo, contribuye a la generación, o activación de la violencia en los espectáculos deportivos. Si bien es cierto que desde hace bastante tiempo se les pide a los futbolistas que no gesticulen o hagan ademanes que puedan incitar a la respuesta violenta de los espectadores (con resultados dispares), hay otro aspecto que quiero remarcar.
Da vergüenza ajena ver a un deportista correr 40 o 50 metros detrás de un árbitro, para pedirle que amoneste o expulse a un rival. Cuando reciben un golpe del adversario, por más leve que sea, la mayoría se revuelca, hace gestos y muecas de dolor, que nos hace pensar que han sufrido algún tipo de fractura. Pero, cuando el contrincante es sancionado, la “víctima” se levanta y sigue jugando como si nada hubiera ocurrido. Dicha conducta puede generar o activar hechos violentos en los espectadores, por lo que erradicar la violencia es responsabilidad de todos.
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