“Y teniendo gran sed, clamó luego al SEÑOR, y dijo: Tú has dado esta grande salvación por mano de Tu siervo ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en manos de los incircuncisos? Entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó. Por esto llamó el nombre de aquel lugar, En-hacore, el cual está en Lehi, hasta hoy.”
(Jueces 15:18-19)
Sansón sabía que había sido usado por Dios para vencer a sus enemigos. Exhausto, después de matar él solo a mil hombres, sintió mucha sed al punto de pensar que moriría. Entonces, se indignó. ¿Cómo, después de todo lo que había sucedido, él moriría de sed y sería presa fácil para sus enemigos?
Cuando usted esté débil, en los momentos de necesidad, acuérdese de lo que ya fue prometido. De las promesas de fuerza, de vida, de victoria. Sansón tenía la promesa de que libraría a Israel de los Filisteos. Entonces, ¿cómo iba a caer en sus manos? Por eso, Le reclamó a Dios.
La indignación de Sansón era el resultado de su fe. Usó su inteligencia. No tenía sentido haber matado a mil enemigos y, enseguida, débil de sed, ser capturado por sus enemigos. ¡Si moría, no habría tenido el libramiento! Use su mente. Dios no lo rescató para que usted sea un derrotado.
A causa de esa manifestación de fe, Dios hizo lo imposible. Hizo brotar agua en medio del desierto solo para matar la sed de su siervo que clamó. Ese es nuestro Dios. Si fuera necesario que saliera agua de una piedra, es lo que sucederá. Si fuera necesario que cayera fuego del cielo, es lo que sucederá. Si fuera necesario detener la rotación de la Tierra, manteniendo así, el equilibrio de la naturaleza, es lo que sucederá. La llave para resolver sus problemas está en sus manos.
No tenga miedo de reclamar las promesas.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo