Abraham dejó todo para ir a un lugar que no conocía, con la promesa de convertirse en padre de una gran nación. A pesar de no tener hijos y de su edad (75 años), no volvió a su tierra. A eso, se agregó que después de 24 años de su partida, no veía señales de que Dios actuaría.
Ese escenario de aparente silencio era perfecto para crear un fértil terreno de dudas y cuestionamientos. Eso arruinaría lo que Dios planeaba para él.
Sin embargo, lo que sucedió fue lo contrario. La confianza de Abraham hizo que se volviera una persona segura y suficiente para no cuestionar: cómo, cuándo, dónde y mucho menos el por qué: “El creyó en esperanza contra esperanza, para venir a ser padre de muchas gentes…. Y no se enflaqueció en la fe, ni consideró su cuerpo ya como muerto… Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza…”, (Romanos 4:18-21).
Creer, a pesar del tiempo, de las palabras negativas y de la situación desesperante; saca a las personas de la superficialidad espiritual. Así alcanzan un nivel de certeza que nada derrumba.
El Obispo Guaracy Santos explica la trayectoria de la confianza de Abraham: “Lo que Dios estaba exigiendo era que él expresase confianza. Era como si el Señor le dijera ‘confiá en Mí, que te voy a llevar a un lugar infinitamente mejor’. No es solo cuestión de tener fe, sino que también necesita depender de Él. A diferencia de Abraham, las personas no saben reaccionar de esa forma, justamente porque le falta confianza. Esta no nos deja acomodarnos con el tiempo, tampoco desesperarnos. Si no fuera hoy, será mañana, pero se dará. Si sembró, cosechará”.