Más de 40 millones de personas en el mundo entero están “vendiendo” su propio cuerpo por dinero. Ese es el número que da la fundación francesa Scelles, que lucha contra la exposición sexual y que publicó recientemente. La mayor parte de esas personas (%73) son mujeres con edad entre 13 y 25 años.
Al contrario de lo que el cine se empeña en mostrar con las películas como “Mujer bonita”, por ejemplo, la prostitución no es una vida de lujos. El mismo estudio de Scelles afirma que el 90% de las personas que se prostituyen están ligadas a proxenetas, que explotan a quien “vende” el cuerpo, actuando como una especie de empresario.
Brenda Mayers-Powell conoce de cerca la violencia de ese mundo. Ha sido prostituta durante 25 años, llegaron a darle 5 tiros, 13 puñaladas y a ser arrastrada por seis calles agarrada del lado de afuera de un auto.
“Los proxenetas son muy buenos torturadores y manipuladores. Algunos la despiertan en el medio de la noche con un arma en la cabeza. Otros fingen que usted tiene algún valor para ellos. Pero claramente, la parte buena nunca llega”, ella afirma.
Sin madre desde los 6 meses de edad y sin conocer al padre, Brenda creció con la abuela, que trabajaba afuera. Sabiendo eso, los acosadores se aprovechaban de la niña. A los 14 años ella dejó la escuela y, para ayudar en su casa, se prostituyó por primera vez.
“Lloré todo el tiempo, pero lo soporté. No me gustó, pero los cinco hombres con los que salí en aquella noche me mostraron qué hacer.” Brenda consiguió mucho dinero en las dos primeras veces, pero, la tercera, fue secuestrada por proxenetas. La violaron, la torturaron (mental y físicamente) y la obligaron a trabajar para ellos. Vio a muchas amigas siendo asesinadas por clientes y por traficantes de personas.
“Solamente es una prostituta”
La vida de Brenda solo cambió después del episodio en el que fue arrastrada por la calle atada a un auto. Ella terminó en el hospital sin piel de uno de los lados del cuerpo y del rostro.
“Terminé en el hospital y, en la emergencia, llamaron a un policía. Lo escuché diciendo: “Ah, yo la conozco. Es tan solo una prostituta. Ella probablemente robó el dinero de alguien, quizás se lo merecía.” Escuche a las enfermeras riéndose y me dejaron en la sala de espera, como si yo no valiese nada”, cuenta. “Y fue en aquel momento que comencé a pensar en todo lo que había sucedido en mi vida. Recuerdo mirar hacia arriba y decirle a Dios: “A esas personas no les importo. ¿Tú podrías, por favor, ayudarme?”
Dios la ayudó rápido, según lo que ella cuenta. Un médico apareció en aquel momento, la cuidó y la encaminó a una institución donde la cuidaron y se pudo recuperar. Años después, ella creó una ONG que ayuda a chicas en la misma situación.
Una “Brenda” brasileña
La situación de Brenda se repite entre casi todas las prostitutas, como fue el caso de Roberta (citaremos solamente su primer nombre), por ejemplo. Ella también tuvo un hogar desestructurado cuando era niña y, en la adolescencia, se prostituyó.
Roberta tuvo un hijo a los 16 años y necesitaba dinero para cuidar al niño. “Dicen que es dinero fácil, pero no es fácil, es rápido”, cuenta. ” Les dan golpes, cachetadas, tiene que limpiar la suciedad del cliente, sufre amenazas de muerte… Muchas chicas murieron y solo faltaba yo.”
Todo cambió cuando, enferma, fue al hospital, donde oyó a la médica diciendo que su muerte había llegado. “Allí le pedí: “Dios, dame una oportunidad más.”
Su hijo, Thiago, ya era adolescente, frecuentaba la Universal e intentaba convencerla para que asista a una reunión. Pero, la madre lo golpeaba hasta sangrar. Aun yendo a las reuniones de la Universal, no creía que podría salir de aquella vida. Hasta el día en que se entregó verdaderamente a Dios.
“Allí todo cambió”, recuerda. “Hoy soy una gran mujer de Dios, por Su misericordia. Yo tengo paz y no golpeo más a mi hijo. Tengo el Espíritu Santo en primer lugar.” Roberta fue bautizada y es voluntaria de la Iglesia.
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