“Y el SEÑOR dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré.” Génesis 12:1
La primera cosa que Dios habló con Abraham fue un pedido que, al principio, pareció ser repetitivo. “Vete de tu tierra, de tu parentela, y de la casa de tu padre”. Puede dar a entender que era para que él, simplemente, saliera de su casa y fuera a un lugar que Dios le mostraría, pero ya que nada con Dios es coincidencia y todo tiene una razón, note lo que está detrás de esa petición …
“Irse de su tierra”, en aquella época, era lo más peligroso que una persona podía hacer, pues no había pasaportes, documentos, embajadas ni medios de comunicación como tenemos hoy. Entonces, sería como si estuviese saliendo de Brasil, a pie, hacia uno de los países vecinos, sin ninguna documentación sobre dónde nació, quiénes son tus padres y quién es usted. Sin la protección de su ciudadanía brasileña, usted no tendría ningún apoyo, ni del gobierno brasileño ni del gobierno del país al que usted fue. Dios estaba pidiéndole a Abraham que dejara toda su protección y apoyo atrás, pues Él sería su protección y apoyo.
Pero, además de no tener la protección y el apoyo, otra cosa estaba siendo sacrificada por Abraham. Recuerdo cuando salí de Brasil, al volver, ya no me sentía brasileña. Mi gusto, mi modo de hablar, mi manera de actuar, incluso la forma en la que empecé a pensar habían cambiado. Dios quería que Abraham dejara de ser quien había sido hasta entonces. Él quería que Abraham dejara sus raíces e hiciera nuevas raíces, plantadas por el Propio Dios.
Cuando Dios continuó pidiéndole que saliera de entre sus parientes, el pedido se hizo aún más específico y difícil, ahora Abraham no tendría la protección y el apoyo ni de sus familiares, pero no solo eso, Dios estaba pidiéndole que los dejara.
El sacrificio no es solo de quien lo hace, sino también de quien es dejado. Cuando salimos de Brasil, perdí totalmente el contacto con mis parientes. Antes, éramos muy cercanos, de repente, cuando nos vimos ya no teníamos los mismos temas. Al visitarlos, éramos como un pez fuera del agua. La familia era unida, con excepción de nosotros. A veces me sentía mal por eso, como si ya no quisiéramos formar parte de ella, pero ¿qué hacer?
Probablemente, fue lo que Abraham sintió dejando a sus parientes atrás. Con certeza no fue comprendido ni aplaudido por eso. Era realmente un gran sacrificio cortar los lazos con sus familiares, pero el más grande vino por último …
Dios pidió que Abraham saliera de la casa de su padre. Salir de la casa de su padre es dejar de ser su hijo, heredero y apoyo. Con certeza, el padre de Abraham estaba viejo y contaba con su hijo para cuidar de él y de sus bienes, imagínese la decepción de su padre al enterarse de la decisión de Abraham de dejarlo todo e ir HACIA UNA TIERRA QUE DIOS LE MOSTRARÍA. Su padre, probablemente, lo llamó loco, él y todos sus parientes, vecinos, en fin, toda la ciudad.
La obediencia de Abraham le costó mucho más que el miedo de lo que le podía suceder. Abraham sacrificó lo que había sido hasta allí … el hijo, el primo, el sobrino, el ciudadano. Él estaba dejando de pertenecer a una familia, a una ciudad, a un pueblo.
Yo pregunto, ¿está usted listo para dejar de ser quien ha sido para sus familiares, sus padres y su país? ¿Listo para dejar sus raíces, su historia de vida y su cultura? ¿Listo para no tener el apoyo y la protección de las cosas y personas con las que siempre ha contado?
Si no, es mejor que se quede en su tierra. Si sí, abrace el resto de la promesa, ¡ella es para usted también!
“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.” Génesis 12.2-3