“¡Mi Dios, él disparó!”
Imposible decir qué es más atemorizante: oír el ruido, sentir el impacto. Cuando los dos tiros fueron disparados a quemarropa, la tarde del 16 de noviembre de 2012, en dirección a la cabeza de Renato Freitas, él ya no creía más que viviría.
Todo sucedió muy rápido, con la velocidad en que las decisiones impulsivas de los hombres son tomadas. En un instante él estaba llegando a su casa del trabajo, dispuesto a bañarse y arreglarse para ir al “Primer Simposio del Espíritu Santo”, en el templo de la Universal en Brás (zona este de la capital paulista), donde era obrero. Y al momento siguiente, dos hombres tenían su vida bajo control.
Fueron momentos de pánico, en el que Renato Freitas intentaba mostrarle a los ladrones que renunciaría al auto, al dinero y los bienes que los dos querían, con tal de que se vayan. Sus palabras, sin embargo, tenían poco efecto.
“¡No! ¡No! ¡No! ¡sin problema! ¡sin problema!” Repetían los ladrones.
En medio de la avenida en movimiento, los dos buscaban una posición de tiro. Era la vida de Renato llegando al fin.
“¡Él me va a matar! Ya ofrecí el auto y no pasa nada… ¡Necesito salir de aquí!”
El movimiento de uno de los muchachos, hizo que él tuviera espacio y ángulo para disparar, pero también hizo que la desesperación por sobrevivir se apoderase definitivamente de Renato. Fue cuando el ladrón empuñó el arma, que Renato intentó salir del automóvil, recibiendo dos tiros en la cabeza. Todo esto con el auto en movimiento.
Renato cerró sus ojos sin poder creer: “Mi Dios, él disparó. ¡Recibí un tiro en la cabeza!”
El primer tiro le raspó, el segundo lo alcanzó y penetró en la cabeza del muchacho, perforando el cráneo y tocando su cerebro. Los ladrones huyeron y el auto, sin conductor, chocó contra la banquina antes de parar.
Renato sintió el impacto del tiro inmediatamente y la sangre que brotaba de adentro de su cabeza se llevaba consigo sus pensamientos.
“El Señor no me va a dejar morir aquí”, creyó cuando todo comenzó. Pero ahora tenía la certeza de que no había más salida. “Dios siempre me libró, pero ahora Él me va a dejar morir aquí. ¿El Señor no me libró? ¿El Señor no me guardó? ¡El tipo tenía que haber caído duro ahí! ¡El arma tendría que haber fallado!
Una sensación de paz y alegría invadió a Renato. Aunque sabía que no había hecho lo suficiente por la Obra de Dios, sabía que había hecho lo posible y que, brevemente, estaría junto al Padre. Eso lo hizo alegrarse. “Si es así que el Señor lo desea, entrego mi alma y mi espíritu.” Tuvo certeza de su Salvación y, al imaginar el “amén”, recobró la conciencia.
Sobre él, zumbaba un helicóptero. A su alrededor, voces urgentesdiscutían entre sí. Por lo que pude entender, él realmente no sobreviviría. Él debería haber estado en una mesa de cirugía del Hospital de las Clínicas en 10 minutos, pero ni eso le daba esperanzas a quien quiera que fuese.
“Unos mueren por accidentes de autos, otros mueren de infarto. Yo voy a morir por un tiro”, pensó Renato.
El proyectil alojado en el cerebro del muchacho anunciaba una vida posterior difícil, si sobrevivía. En el caso de salir con vida de la cirugía de altísimo riesgo, la lesión en el cerebro paralizaría sus movimientos del lado derecho de su cuerpo, inclusive la visión y la audición.
Dios, sin embargo, creyó que Renato aún tenía más para hacer por Su Obra y Le permitió recuperarse completamente. Con el apoyo de la Universal y su fe en Dios, pudo retomar sus actividades regulares como empresario y como obrero, y hoy, a los 31 años de edad, esparce a todos la certeza de que Dios blinda a los Suyos.
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