Lucía Villareal comenzó a sufrir a los 11 años de edad porque le daban ataques como si se tratara de epilepsia. Durante la noche le pasaba cuatro o cinco veces, esos episodios eran fuertes, convulsionaba su cuerpo y su lengua le tapaba las vías respiratorias. Eso hacía que ella se despertara cansada y con temor de que le volviera a suceder.
“Mi familia me llevaba al médico, como no encontraban una razón, decían que yo quería llamar la atención de mis padres, siendo que yo no tenía carencia emocional porque mis padres me amaban y me trataban muy bien. En la adolescencia seguía con ese problema, yo me preguntaba por qué me sucedía y no tenía respuestas”, cuenta ella.
Cuando ella se casó, la situación empeoró, sus hijas también comenzaron a tener problemas de origen espiritual. Ella intentaba disimular que se sentía cada vez peor, pero le daba mucho frío, no podía comer ni dormir, vivía en un estado alterado todo el tiempo, le daban ataques de pánico y tenía pesadillas.
“Comencé a tener ataques de pánico, no podía salir de mi casa, cuando llevaba a mis hijos a la escuela, comenzaba a sentir que me iba a morir y debía detener el auto. Ya no tenía autonomía. Fui a consultar al médico cuando estaba muy mal, se me dormía el brazo izquierdo, sentía un dolor en el pecho, me mareaba, sentía que me iba a morir. El médico me dijo que se trataba de estrés y me dio pastillas para dormir. Yo sentía que mi cuerpo estaba bajo los efectos de la medicación, pero mi mente no descansaba.
Escuchaba la radio porque me sentía sola, así encontré la programación de la Universal, al participar de las reuniones encontré la paz que necesitaba y fui libre de todo lo que me había afectado por años. Comencé a dormir tranquila, descubrí que había una salida, fue un sacrificio porque la iglesia me quedaba lejos, a pesar de las complicaciones del transporte, perseveré y tanto yo como mi familia logramos superar todo lo que nos afectaba”.
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