Graciela asegura que era una niña feliz hasta que un día le robaron su inocencia. Ella recuerda: “Un amigo de mi papá me empezó a hacer cosas que no entendía debido a mi corta edad, tenía unos cuatro años. Luego, a los ocho, un familiar cercano intentó abusar de mí. A raíz de eso, me convertí en una niña desconfiada, no quería que mis hermanos se me acercaran”.
En su adolescencia, sufrió una pérdida que la marcó. “Falleció mi papá, la persona a quien más amaba. Me deprimí y eso afectó mi rendimiento escolar”, relata.
Fue entonces que inició una relación. Graciela comenta: “Conocí a una persona veinte años mayor que yo y quedé embarazada. Mi mamá me echó de la casa y mi pareja no quería al bebé. Estaba desesperada. A los dos meses, tuve un aborto espontáneo”.
“El amor que sentía por esa persona se tornó imposible de sostener. Pensaba que todos los hombres eran iguales. Entonces, comencé a vender mi cuerpo en venganza, pensaba que así yo los usaba a ellos”, sostiene.
Sin embargo, esa decisión solo hizo que su mente albergara pensamientos de muerte. Ella detalla: “Una vez prendí el gas del departamento y me acosté. Deseaba no despertar más, pero oí una voz que me dijo fuerte: ‘¿Qué estás haciendo?’. Me desperté, cerré la llave de gas y abrí las ventanas”.
Tiempo después, esos pensamientos volvieron. “Quise huir y viajé a Buenos Aires. No conseguía empleo y me ofrecieron trabajar como prostituta. Entonces, conocí el verdadero infierno. Me sentía sucia y me autodespreciaba. Bebía alcohol y fumaba de manera terrible. Eso era un escape para mí”, sostiene.
“Hasta que un día mi hermana me invitó a asistir a la Iglesia Universal. Allí, se fue toda la rabia que llevaba en mi corazón. Perdoné a los que me habían hecho mal y a mi madre. Abandoné los vicios y los pensamientos de suicidio se fueron”, asegura.
Al participar de la Terapia del Amor, Graciela recuperó su identidad y sanó las heridas que el pasado le había causado. El odio y el rechazo hacia los hombres quedó atrás y pudo formar un matrimonio bendecido.
En la actualidad su vida está marcada por los logros. “Me casé, tengo una familia hermosa, mi hija es una excelente alumna, somos prósperos, tengo mi emprendimiento de belleza, tenemos nuestra casa y un auto. Hoy puedo contar una historia diferente, gracias al Espíritu Santo que llenó el vacío que había en mí. Tengo paz, alegría, soy amada, valorada y feliz. Con Dios conocí el verdadero amor”, concluye.
Ella asiste a la Iglesia Universal ubicada en Eva Perón 3377, Monte Chingolo, Buenos Aires.
Participá de la Terapia del Amor, los jueves a las 8, 10, 12, 16 y especialmente a las 20 h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro.
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