En la vida cotidiana, ningún padre tendrá el placer o se conformará en ver a su hijo enfermo, infeliz o pasando por necesidades. Lo mismo sucede con Dios, con respecto a Sus hijos. No quiere que estén enfermos, sino que se preocupa por sanarlos para que vivan una vida de felicidad completa.
La vida abundante incluye, sin ninguna duda, la cura de las enfermedades físicas. Una persona que está tomada por las mismas, nunca podrá ser feliz, sobre todo porque Dios, que es un Padre cuidadoso, en ningún momento descuidará a ninguno de Sus hijos.
La tradición religiosa enseña que debemos pedir todas las cosas “si fueran de la voluntad de Dios”. Consecuentemente, pocas personas han experimentado milagros de cura. Parece contradictorio, pero la realidad es que muchos cristianos, e incluso pastores, enseñan que “quizá la cura no sea la voluntad de Dios”. Esto es diabólico, falso y abominable. Para tener una vida plena y abundante, libre de enfermedades, es necesario que el cristiano sea consciente de que el tiempo de los milagros no ha pasado. Siempre será la voluntad de Dios curar, como parte de la vida abundante que Jesús prometió.
¡Crea en esto! Crea en la Palabra de Dios y confiese también su victoria sobre las enfermedades. Estas no son de Dios, no provienen de Él, ¡ni tampoco son usadas por Él para ser glorificado!
¡Dios, nuestro padre, es glorificado en nuestra victoria, felicidad, alegría y prosperidad!
Un padre que se glorifica en el sufrimiento de su hijo, nunca podrá ser un padre amoroso. No acepte esas ideas equivocadas que destruyen la fe. Rechácelas con todas sus fuerzas y tome posesión de lo que Dios está poniendo a su disposición.
La mayor razón para buscar el Espíritu Santo es la de mantener encendida la llama de la fe en Jesús, porque de lo contrario, la misma se irá apagando dentro de nosotros, convirtiéndonos en cristianos sin energía ni vigor. Como sabemos, si no hay leña, el fuego se apaga. El Espíritu Santo es la leña que mantiene el fuego, que es Jesús, encendido dentro de nosotros. Por eso, debemos tener el cuidado de que la llama no se apague, concurriendo a la iglesia, buscándolo con fervor y no dejando que las emociones interfieran en su fe. Actúe con inteligencia.
El propio Jesús, en Su sermón del monte, dijo: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará buenas cosas a los que Le pidan?” (Mateo 7:11)
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