“Cuando oyó Sanbalat que nosotros edificábamos el muro, se enojó y se enfureció en gran manera, e hizo escarnio de los judíos. Y habló delante de sus hermanos y del ejército de Samaria, y dijo: ¿Qué hacen estos débiles judíos? ¿Se les permitirá volver a ofrecer sus sacrificios? ¿Acabarán en un día? ¿Resucitarán de los montones del polvo las piedras que fueron quemadas?”
(Nehemías 4:1-2)
Cuando no logra agarrarlo en un error, el mal intenta ridiculizar su capacidad. Intenta convencerlo de que usted no tiene condiciones de estar donde está. Las palabras de duda vienen, implacables. Palabras de desánimo, para colocar miedo, para mostrar las imposibilidades, para generar ansiedad e impedirle sacrificar, o sea, hacer la voluntad de Dios.
La actitud del pueblo de Israel delante de aquella afrenta fue continuar el trabajo. Nehemías mantuvo la certeza de que la obra sería concluida y Le pidió a Dios que los defendiera. “Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio”, pidió (Nehemías 4:4). Y lograron, de hecho, terminar el muro. ¿Volverán a ofrecer sus sacrificios? ¡Sí! Sacrificaremos. Gustándole a los enemigos o no, no nos impedirán sacrificar lo que sea necesario sacrificar, para corresponder la exigencia de nuestra fe.
Los enemigos habían lanzado la palabra del mal, como una flecha envenenada, en la esperanza de que entrara en el corazón de alguien. La duda es eso. Una flecha envenenada, que genera inseguridad, que genera incertidumbre, que genera ansiedad, que genera miedo, que mata la fe, poco a poco.
Pero el valiente del Ejército del Dios Vivo tiene su corazón blindado por la fuerte convicción de lo que Dios prometió y está escrito. Nada, absolutamente nada, lo hará desistir. Como máximo, quitará de él la oración de indignación, pidiéndole al Padre que atienda su situación: “Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio.”
Blinde su corazón contra las flechas de la duda.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo