Raquel y Lea son ejemplos de las consecuencias por comparaciones exageradas
Ser delgada, con cabello arreglado, con ropa a la moda. Tener eso o aquello y actuar de determinada forma. Son innumerables las reglas que una sociedad dicta, para que una mujer sea considerada bonita y, por eso, las comparaciones aumentan día a día.
La psicóloga Izabel Santa Clara explica lo que hay más allá de estas exigencias. “La mujer tiene que ser madre, ama de casa, profesional y eso no es una tarea muy fácil. Dentro de ese universo es imposible que no haya comparaciones. Los hombres lidian mejor y con más humor con las diferencias, principalmente estéticas.”
Estas comparaciones surgen porque estamos siempre buscando establecer un parámetro entre lo que es bueno, apreciable y agradable. “Comparar significa buscar una determinada propiedad entre dos objetos, para escoger entre los dos. Eso sucede automáticamente en las situaciones más elementares de lo cotidiano, porque forma parte de la naturaleza humana, o sea, estamos siempre trazando un paralelo entre las cosas”, aclara Izabel.
En la Biblia también encontramos el ejemplo de mujeres que se comparan. Uno es cuando Raquel se enfrenta a Lía, su hermana mayor, por no lograr darle hijos a su esposo Jacob, quien tuvo que casarse con Lía primero. La Palabra cuenta que Raquel sufría mucho por no ser fértil como su hermana y terminó por ofrecer a su sierva a su marido (Génesis 30:1-22). En aquel tiempo las mujeres casadas solamente eran valoradas si tuviesen hijos.
Es lógico que no veamos historias así en la actualidad, pero hay mujeres que hacen comparaciones desenfrenadas, incluso enfermizas. “Como las mujeres son, la mayoría de las veces, juzgadas por su apariencia y tienen esa preocupación excesiva por la estética (bastante agravada en los días de hoy) pasan a percibir características propias, como fallas que deben ser corregidas, a cualquier costo. Eso puede traer serios problemas de autoestima, generando inseguridad y, en casos más graves, síntomas depresivos”, cuenta la psicóloga.
En el comienzo del capítulo 30, del libro de Génesis, Raquel da indicios de que podría estar entrando en un cuadro depresivo, al decirle a su marido: “Dame hijos, si no muero”. Él no tenía la culpa de que ella no fuera madre y este pedido daba señales de desequilibrio emocional.
Todo el problema está en estar siempre comparándose, puesto que eso no trae beneficios. “Se debe considerar lo que usted piensa sobre usted mismo y no valorizar excesivamente lo que el otro piensa respecto a usted. Ser usted misma su referencia, y no vivir bajo la referencia de otro es fundamental para vivir bien y aumentar la autoestima”, indica la psicóloga.
Para Izabel, el lado bueno de la comparación es cuando la persona consigue aceptarse. “Cuando se tiene baja autoestima, no existe la auto aceptación. Aceptarse, no quiere decir que a usted tenga que gustarle todo lo que hay en usted, significa ser consciente de lo que usted es y, si existiera el deseo, hay maneras de cambiar aquello que cree que no está bien. En verdad, este cambio solo se logrará si consiguiera aceptar lo que es ahora, de lo contrario no sabrá verdaderamente lo que desea cambiar.”
En el caso de Raquel, no dependía de ella cambiar esta situación, pero su mirada hacia esta circunstancia podría haber sido diferente, ya que su marido se había esforzado al máximo para casarse con ella, trabajando años demás para tener el derecho de tenerla como esposa.
Además, la Palabra afirma que Raquel era una mujer bonita, es decir, ella sólo necesitaba mirarse a si misma, valorizarse y confiar que tendría un hijo, pero sin presionarse respecto a eso. Raquel es un ejemplo de que las comparaciones excesivas pueden traer grandes y más consecuencias emocionales.