Entre todas las profesiones del mundo, una en especial recibe el rencor del pueblo de Jericó. Cada vez que un publicano cruza la calle, decenas de miradas venenosas traspasan su cuerpo. Tal vez sea porque por allí, pocos poseen tanto poder adquisitivo como los publicanos. Tal vez sea porque el poder adquisitivo de un publicano proviene precisamente de la falta de poder adquisitivo del pueblo. De cualquier forma, alguien que ejerce esa profesión es considerado el mal personificado. Indigno de cualquier tipo de bendición.
Y eso fue lo que le dijeron a Zaqueo cuando se le metió en la cabeza la idea de conocer al Profeta, Quien descendía predicando y haciendo milagros desde Galilea hasta Jericó. Zaqueo vivía de cobrar impuestos para Roma. Tomaba lo poco que tenía el pueblo para dárselo a quien ya poseía mucho. Claro que, tratándose de un simple empleado del Imperio, no era él quien definía el valor a cobrar. Pero siempre es odiada la flecha que mata, nunca el arco que la sostiene e impulsa.
Zaqueo se relevó ante todas las palabras opuestas a su voluntad y decidió que vería al Hombre y a Sus discípulos de cualquier forma. Lo cual no sería fácil, considerando la histeria de las personas que Lo seguían por todos lados. Cuando el Hombre llegó a Jericó, Lo cercaba una verdadera multitud.
Zaqueo era bajo de estatura, pero alto en inteligencia y fe. Si no se dejó debilitar por aquellas palabras negativas, no se dejaría debilitar ante la dificultad de alcanzar su objetivo. Se subió a un árbol – y si no lograba hablar con Él – , al menos verlo sería posible.
“Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.”
Esa orden casi lo hace caer del árbol. Antes de que pudiera notarlo, ya estaba en el suelo, adorando al Profeta que no sólo lo llamó, sino que lo llamó por su nombre. Mientras, muchos decían por ahí que el Hijo de Dios se hospedaría con un pecador, y mucho crecía la admiración por Él, sin embargo, también crecían la cantidad de personas que Lo envidiaban y repugnaban Su actitud.
A Zaqueo, el publicano pecador, poco le importaba lo que oía del pueblo. Entre todas las ovejas blancas, Jesús escogió a la manchada. Y desde entonces, Zaqueo comenzó a adorar a Dios y a repetir las palabras que el Señor le dijo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Y usted, ¿también ha hecho de todo para alcanzar la redención?
(*) Lucas 19:1-10