“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.
Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí.
Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.
Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.
Y descendió el Señor para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.
Y dijo el Señor: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer.
Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.
Así los esparció el Señor desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad.
Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió el Señor el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.”
(Génesis 11:1-9).
Este relato de Génesis cuenta la historia de la famosa Torre de Babel, un rascacielos de los tiempos bíblicos que enaltecía al hombre, y no a Dios. La historia también ilustra la diversidad de culturas del mundo, cada una con sus particularidades e idioma.
La construcción habría sido erguida en Babel, corte de Babilonia, región célebre por la fertilidad y por la localización estratégica. De tan alta, daba la impresión de tocar el cielo, alcanzando alturas hasta entonces nunca imaginadas por una obra del hombre. Como Génesis muestra, Dios no creyó correcto que el hombre se uniera en un grupo tan fuerte al punto de creerse autosuficiente. Hizo cesar la construcción del templo que el hombre erguía para sí mismo y esparció a la especie humana por la Tierra, con lenguas diferentes, para que no pudiera reunirse nuevamente para intentarlo.
El Génesis describe la construcción como una ciudad vertical y autosuficiente, un gran complejo cuya cima colocaría a sus habitantes en una posición privilegiada, según sus propios ojos.
Babel, extremadamente rica y poderosa, era como una Nueva York o Londres de la actualidad: ciudades importantes e influyentes en la coyuntura mundial. Por lo tanto, comprensible a la pretensión de los babilónicos en construir aquella que llamaron Etemenanki (“Fundación del Cielo y de la Tierra”).
Torres en el formato descripto eran comunes en Sinar – ubicada en lo que hoy es el sur de Irak. Eran los llamados zigurates: templos con grandes bases, en formato generalmente piramidal, considerados escaleras a través de las cuales los dioses descendían a la Tierra, o el hombre subía al Cielo. En ilustraciones sobre Babilonia, es común ver la torre en espiral a lo largo.
Más que una alegoría para explicar la diversidad de lenguas y culturas del pueblo terrestre, el ejemplo de la Torre de Babel no se resume a un intento material del hombre por sentirse poderoso, sino a un intento espiritual de llegar a los Cielos sin la necesaria ayuda de Dios, sin aceptarlo como el verdadero Señor de todo lo que existe.
[related_posts limit=”14″]