Dos personas son atraídas por los ojos del corazón. Ni bien inician la conversación se dan cuenta de sus enormes diferencias.
Diferencia en la fe, socioeconómica, edad, cultura, credo religioso, costumbres, en fin, desde el punto de vista racional, una serie de elementos contrarios que dificultarán el éxito de la relación.
Sin embargo, creyendo en la corriente de que el “amor” todo lo supera, ellos siguen adelante. La razón grita alerta, e intenta ayudar. Asimismo, el bandido corazón tapa los oídos, cierra los ojos y arde en las llamas del “amor a primera vista”. El placer de aquel momento es tan contagioso que calla la voz de la razón.
Cualquier relación afectiva, por más que las diferencias sean insignificantes, exige sacrificio, y como centro de las emociones, el corazón nunca está dispuesto a eso. Entonces, resulta difícil el mantenimiento de esta relación.
A causa de eso vienen las desilusiones, traiciones, pensamientos de suicidio, abandono de los niños, del hogar, en fin, la pareja comienza a vivir una pequeña muestra del infierno. Eso cuando la unión no termina en tragedia.
En los conflictos entre la razón y la emoción, el corazón siempre lleva ventaja. Salvo cuando se tiene la mente del Señor Jesús y el nuevo corazón.
De lo contrario, es el viejo corazón quien manda, quien suscita las ansiedades de la vida y quien anhela por bendiciones anticipadas, por respuestas inmediatas que, raramente, reflejan la voluntad de Dios.
Es interesante notar que al corazón pagano no le importa nada lo que está escrito o no. Simplemente ignora todo, inclusive a Dios. No ve más allá de su ombligo. Cuando quiere realizar su “sueño” pone toda su fuerza y no ve las dificultades.
No piensa, no espera, no evalúa las consecuencias, en fin, está completamente dominado por el espíritu de la ansiedad.
Pero cuando está perdido recurre a Dios y quiere respuesta inmediata. Si no es atendido a tiempo, abandona la fe y culpa al Señor. Es todo lo que el diablo quiere para el próximo ataque.
Para los que razonan y viven por la fe “los bienes que se adquieren de prisa al principio no serán al final bendecidos.” Proverbios 20:21