“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gálatas 3:28-29)
Cuando deja de ser hijo del mundo y pasa a ser de Dios, usted deja de tener la naturaleza de este mundo. Las divisiones que existen aquí no existen espiritualmente.
No hay patrón, no hay empleado, no hay blanco, no hay negro, no hay mujer, no hay hombre. Todos somos uno, todos representamos al Señor Jesús.
Tanto la mujer como el hombre tienen la misma identidad, la misma estructura espiritual delante de Dios: hijo. Sin distinción de género. Al convertirse en hijo de Dios, usted se convierte en la imagen de Jesús y pasa a ser Jesús adonde quiera que vaya.
Jesús nunca fue negativo; nunca fue desanimado; nunca fue religioso. Jesús nunca juzgó a los pecadores, pero no anduvo con rodeos para desenmascarar a los hipócritas. Jesús es transparente. Él es lo que es. No finge, no disimula. Nunca tuvo miedo de decir lo que tenía que ser dicho. Se dedicó a enseñar, a hacer discípulos.
Enfrentó la persecución. Perdonó a los que Lo agredieron.
“El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo.” (1 Juan 2:6)
Cuando usted se convierte en hijo de Dios, tiene que mostrar el carácter de Jesús.
Usted es un Jesús adonde quiera que vaya. En su casa, en el trabajo, en cualquier lugar. Si dentro de usted está el Espíritu de Jesús, usted asume Su identidad.
¿Usted ha sido Jesús en su casa? ¿Ha sido Jesús en su familia?
(*) Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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