“Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos…” (2 Samuel 6:22)
Así le respondió David a la reprensión de su esposa Mical. Ella se indignó al ver a su esposo, el rey de Israel, danzando en medio del pueblo, como si no fuera ningún noble. David sabía que estaba delante del Rey de Reyes. Sabía que, delante de Él, el rey no era nada. El siervo de Dios no se preocupa por su reputación delante de los hombres. No se preocupa por mantener una imagen de nobleza. No se preocupa por decir palabras que agradan los oídos. El siervo de Dios se preocupa por servir a Dios.
Sirve obedeciendo, siguiendo Su Ley, creyendo en Su Palabra. El siervo no se preocupa si, por hacer lo que es correcto, es despreciado por los hombres. Lo que él quiere es ser aceptado por su Señor. Delante de Dios, no se preocupa por hacerse despreciable y humillarse ante sus propios ojos. Sabe que es solo siervo. Las victorias que alcanza son de su Señor, entonces, no se vanagloria de ellas. Se preocupa en que, por ellas, su Señor sea alabado. Así, el siervo es cada vez más honrado, pues el Señor promete: “Yo honraré a los que Me honran…” (1 Samuel 2:30).
En cuanto a los que buscan las honras de este mundo y se arrodillan a lo que el mundo les propone, queriendo exaltarse ante sus propios ojos, no son siervos. Al contrario, son orgullosos y han despreciado al Señor. A esos, el Señor les avisa, en el mismo versículo: “porque Yo honraré a los que Me honran, y los que Me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:30).
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No se preocupe si el mundo lo desprecia. Preocúpese por servir a su Señor, y Él lo honrará.
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(*) Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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